Se niegan a acabar en una residencia de la tercera edad o con la única compañía de sus cuatro paredes. Los hay que rozan los sesenta, otros, en cambio, ya están jubilados desde hace años, pero a todos les une el deseo de encarar la segunda juventud de la manera más autónoma y activa posible. Empezando por diseñar el techo donde viven y envejeciendo entre amigos. Las viviendas colaborativas, o el cohousing en su terminología inglesa, es una opción a la que acuden cada vez más aquellas personas entre los 50 y los 70 años que buscan una alternativa a los geriátricos o los pisos tutelados. Las también llamadas coviviendas son cooperativas de usuarios que se unen para idear, construir y convivir en un mismo complejo residencial que combina los espacios privados con las zonas comunes. El fenómeno está consolidado en países como Dinamarca, Suecia, Estados Unidos y Canadá. Ahora el cohousing llega a España. Y lo hace para quedarse.
Hace ya quince años que José Caballero y algunos amigos más plantaron en Santa Oliva, El Vendrell, la semilla de lo que hoy es La Muralleta, una de las primeras cooperativas de viviendas con derecho de uso de Catalunya. El proyecto está formado por 16 pisos y algunas áreas comunes, como una zona recreativa y una sala aún por rematar donde hacen taichi, yoga o zumba. Y es solo el principio. “Buscamos más cooperativistas para desarrollar una segunda fase y culminar algunos espacios previstos que se han quedado a medias y construir más pisos”, explica Caballero, en el jardín de su casa. Todo lo que hay, en las 1,7 hectáreas que forman La Muralleta está ideado por sus socios, que aportaron 152.000 euros cada uno. Como los pisos, que son energéticamente sostenibles y sin barreras arquitectónicas. “Levantados con materiales de bioconstrucción. Y orientados al sur para aprovechar la energía solar pasiva”, apunta. Los espacios comunes, los han decidido en asamblea y los gestionan colaborativamente. “De momento, una zona recreativa con pista de petanca”, añade. Y una piscina, que está en camino.
Un fenómeno emergente
La Muralleta es el proyecto más avanzado –que no acabado- de muchos otros que en Catalunya están desarrollando grupos de séniors que apuestan por el envejecimiento activo. Sostre Cívic es una entidad sin ánimo de lucro que trabaja para desarrollar proyectos de acceso a la vivienda no especulativa como el cohousing, siguiendo un modelo de construcción ecológica y saludable. “En el último año y medio ha crecido el interés por este modelo entre la gente mayor que tiene claro que por nada del mundo quiere acabar en una residencia”, apunta el presidente de esta asociación, Raül Robert. En su opinión, hay dos motivos que explican por qué las cooperativas de usuarios de viviendas se están haciendo un hueco en el sector: “El sistema de acceso a las hipotecas de manera individual se ha demostrado que para muchas personas no es viable y esa dificultad, unida a un cambio de mentalidad en parte forzado por la crisis, hace que el cohousing se vea como una alternativa atractiva y real”, explica.
Sostre Cívic tiene unos 250 socios. Y 12 grupos activos, de los cuales cinco son de cooperativistas mayores o séniors. Uno de esos grupos lo forma Josep Maria Ricartjunto a una docena más de personas. Están inmersos en la búsqueda de terrenos para levantar una cooperativa de viviendas colaborativas –“cerca del CAP y de Barcelona”, apunta- a semejanza de La Muralleta, de otras que se reparten por la geografía española, como Trabensol en Madrid o Profuturo en Valladolid. “Queremos acabar con lo de ‘No podemos ir de vacaciones porqué tenemos que cuidar a nuestros padres’”, dice categóricamente Ricart, que ya tiene experiencia de vida en comunidad. “Viví en una comuna con 20 años y ahora con 60 quiero preparar mi futuro lejos de un geriátrico o de los pisos tutelados”, advierte.
El cohousing combina la independencia de una casa y algunos de los servicios ofrecen una residencia, pero la diferencia respecto a los modelos tradicionales para la tercera edad, es el poder de decisión de sus usuarios. Como cooperativistas, deciden hasta el color de las baldosas. “¿Que queremos cocina compartida? Pues cocina. ¿Un gimnasio? Pues gimnasio. ¿Lavandería? ¡A por ella!” explica convencido Ricart. “De puertas para adentro cada uno hará lo que quiera y en las zonas comunes se tirará de asamblea”, añade. Lo cierto es que el diseño del edificio favorece la convivencia. Las viviendas suelen ser reducidas –las de la Muralleta tienen unos 60 metros cuadrados- para dar más superficie a las zonas comunes y compartir. Ahora bien, como apunta Robert, de Sostre Cívic, “el grado de convivencia lo decide la comunidad”. “Es un modelo a medida. No son propietarios ni inquilinos, son usuarios de su propio proyecto”, aclara. Si por alguna circunstancia se ven obligados a abandonar el proyecto podrán vender el piso o dejarlo en herencia, pero nunca especular con él.
Racionalizar los recursos
En Cerdanyola, otro grupo de personas está en negociaciones para apalabrar un terreno y empezar a construir. El área susceptible de albergar otra cooperativa de viviendas está cerca de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y es propiedad al 50% del Incasòl y del Ayuntamiento de Cerdanyola. El terreno tiene 2.500 metros cuadrados y capacidad para un máximo de 28 viviendas. Joan Begué es uno de los cooperativistas, que junto a más amigos, está estudiando dar el paso hacia la vivienda colaborativa. En su grupo hay de todo: desde personas en activo hasta jubiladas, pero todas tienen en la cabeza la idea de convivir en un futuro en un mismo complejo “que sea sostenible, en el que compartan espacios comunes y con el que puedan ahorrar en los gastos de compra y mantenimiento de las viviendas”. En La Muralleta, por ejemplo, pagan una cuota de 35 euros al mes por el mantenimiento y la gestión de las instalaciones. La racionalización de recursos es otra de sus señas de identidad.
El cohousing , que nació en Dinamarca a finales de los años sesenta, no deja de ser la versión inmobiliaria de otros fenómenos que se engloban en la economía del bien común que están revolucionando ámbitos como el transporte, el consumo o el turismo. Con unas proyecciones de envejecimiento elevadas – según un informe del Fondo de Población de la ONU, en 2050 un 38,3% de la población española tendrá más de 60 años - las viviendas colaborativas se presentan como otro modelo de vida, sostenible y autogestionado, para una vejez más activa. “Es una forma de vida más económica, sostenible y cómoda. Más solidaria, en definitiva”, concluye Ricart.
Fuente: http://www.lavanguardia.com/vida/201...ez-activa.html