Escrito el 13-12-2008 por dosmanzanas
Acaban de cumplirse 60 años de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Grandes palabras que todas las personas alabamos, reconocemos y agradecemos. Grandes deseos para todos los seres humanos… o casi. Porque 60 años después, las lesbianas, los gays, las personas transexuales y bisexuales no estamos igualmente protegidas por esa Declaración. Y obviamente deberíamos estarlo porque la propia Declaración se autodefine como UNIVERSAL, en el bien entendido que se trata de que su aplicación sea extendida a todo el planeta y a todos los seres humanos que lo habitamos.
Para incidir en esa protección se trabaja en los llamados Principios de Yogyakarta porque parece que algunos (lamentablemente demasiados) no acaban de comprender que todos esos derechos reconocidos en esta Declaración protegen la libertad de cada individuo para decidir sobre su sexualidad. Tenemos el derecho a tener una orientación sexual o una identidad de género diferente de la convencional y a elegir un modo de vida acorde con ella. Tenemos derecho a que se respete nuestra dignidad como personas.
Sabemos que muchas religiones ni aceptan esa libertad ni respetan nuestra dignidad. La Sharia o Ley Islámica condena las relaciones sexuales entre personas adultas con consentimiento con la pena de muerte en 7 países. La lista se amplía hasta los 91 en los que de una u otra manera, con mayor o menor gravedad en sus castigos, con el beneplácito de la ley o con el de quienes tienen la obligación de velar por su aplicación, castigan dichas relaciones ENTRE PERSONAS ADULTAS Y DE MUTUO ACUERDO.
Llevamos muchos años denunciándolo, no es cosa de hoy en día. Finalmente parece que poco a poco vamos consiguiendo que los Gobiernos, algunos Gobiernos, se den cuenta de que esto no puede seguir así por más tiempo. Hace unos años fue una iniciativa brasileña, procedente del llamado Sur Global, la que instaba a todos lo países a “promover y proteger los derechos de todas las personas con independencia de su inclinación sexual”. Ahí ya vimos los primeros ramalazos homófobos vaticanos: sus presiones cambiaron el sentido del voto de algunos países hasta que al final se optó por retirarla. Naciones Unidas seguía sin pronunciarse sobre los derechos de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales.
Después ha habido resoluciones conjuntas de varios países, una promovida por Nueva Zelanda y la siguiente por Noruega a la que se adhirieron 32 y 54 Estados respectivamente. Declaraciones de buenas intenciones de las que nadie se acuerda porque a nadie vinculan.
La próxima semana se presenta otra Declaración que busca esta vez algo tan simple como la despenalización de las relaciones homosexuales consentidas entre personas adultas. Simplemente se pide a los Estados que no nos maten por amar, que no nos encarcelen por enamorarnos o por relacionarnos sexualmente como el resto de las personas adulas de la humanidad.
Ante la posibilidad de que el número de países que apoyen esta Declaración sea más elevado la Jerarquía Vaticana se ha apresurado a anunciar su rechazo a la misma. Benedicto XVI desea que sigamos siendo ejecutados simplemente por amar no de forma distinta, sino a la persona distinta.
La dignidad de las personas no se negocia, la libertad de las personas no puede ser puesta en juego. Es urgente que se tomen medidas eficaces para garantizarla. No seremos libres mientras no lo seamos todos los seres humanos. Queremos ser libres para amar.
Si la eliminación sistemática de un grupo social en base a su nacionalidad, su etnia o raza o su religión, se llama genocidio, queremos preguntar a Benedicto XVI cuál es el nombre que para él hay que dar al exterminio de las personas en base a su orientación sexual.
Queremos que Benedicto XVI explique porqué apoya esas ejecuciones.
Denunciamos que desde la Jefatura de un Estado no democrático, el Papa Ratzinger haga política internacional sin el más mínimo respeto a los Derechos Humanos.
Exigimos el cese de las relaciones diplomáticas que se mantienen con todos los Estados que ni cumplen con los Derechos Humanos ni tienen mecanismos para controlar ese incumplimiento. Y el Vaticano es uno de ellos.
El Vaticano habla de Derechos Humanos pero ni siquiera es miembro de la ONU porque no ha aprobado la Carta de las Naciones Unidas. ¿Qué hay en el sistema de Naciones Unidas que no le gusta y que es tan importante para no querer pertenecer a él?
Pedimos al Gobierno de España que denuncie el Concordato que mantiene con el Estado Vaticano, por inconstitucional.
Exigimos a la jerarquía de la iglesia que deje de hacer política sin someterse a las reglas del juego político y a unos mínimos principios democráticos.
Reclamamos un Estado laico de verdad.
Exigimos la salida de la religión de los centros educativos, ¿por qué que valor educativo es trasmitir la muerte por orientación sexual o identidad de género?
Denunciamos el silencio vergonzoso de quienes no condenan las declaraciones, las prácticas y actuaciones de la Jerarquía Católica contra el reconocimiento de derechos a las personas LGTB. También en este caso, ese silencio es cómplice.
Hay un salto cuantitativo enorme entre regular la Iglesia Católica con normas homófobas y antidemocráticas y hacer política internacional en contra de nuestro derecho a existir, ser y amar.
Más fotos en la página de COGAM.