Católicas por el Derecho a Decidir*
Desde siempre, la jerarquía católica ha mantenido una postura tajante en torno a los homosexuales, la cual lejos de fomentar el dialogo y acercamiento de la feligresía, provoca miedo y alejamiento y por lo tanto, homofobia.
A lo largo de la historia de la humanidad, la Iglesia Católica ha emitido diversos documentos y enseñanzas para condenar, señalar y, por ende, incitar la homofobia y discriminación hacia las personas homosexuales.
Una primera afirmación oficial del Vaticano sobre la homosexualidad es la Declaración acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, emitida en 1975 por parte del Papa Pablo VI. El punto 8 lo dedica al tema de la homosexualidad, y dice: “Todos los que padecen de esta 'anomalía' son del todo responsables personalmente de sus manifestaciones”; y condena: “Los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y no pueden recibir aprobación en ningún caso”.
Posteriormente, el entonces cardenal Joseph Ratzinger publicó en 1986 la Carta a los obispos sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, donde se afirma que “toda persona homosexual que busca seguir al Señor (tiene como única alternativa) realizar la voluntad de Dios en su vida, uniendo al sacrificio de la cruz todo sufrimiento y dificultad que puedan experimentar a causa de su condición”. Asegura basar sus argumentos en una “posición moral católica fundada sobre la razón iluminada por la fe y guiada conscientemente por el intento de hacer la voluntad de Dios”.
Sin embargo, la siguiente afirmación es la que, en nuestra consideración, más promueve el odio y rechazo hacia las personas homosexuales: “La justa reacción a las injusticias cometidas contra las personas homosexuales de ningún modo puede llevar a la afirmación de que la condición homosexual no sea desordenada. Cuando tal afirmación se acoge y, por consiguiente, la actividad homosexual se acepta como buena, o también cuando se introduce una legislación civil para proteger un comportamiento al cual nadie puede reivindicar derecho alguno, ni la Iglesia, ni la sociedad en su conjunto debería luego sorprenderse de que también ganen terreno otras opiniones y prácticas desviadas y aumenten los comportamientos irracionales y violentos”.
La postura de la jerarquía católica ha sido tajantemente descalificadora de la autoridad moral y los derechos de las personas homosexuales, y esto es criticable; pero cuando afirman que las personas homosexuales amenazan “seriamente la vida y el bienestar de un gran número de personas”, debemos ser consecuentes con nuestra misión profética y denunciar estas afirmaciones, pues contribuyen a aumentar el riesgo de violencia hacia homosexuales y lesbianas.
Por otra parte, las enseñanzas del Magisterio Eclesial también han querido violar los límites de la separación Iglesia-Estado. En su documento Sobre las consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales (2003), buscan coaccionar a los políticos católicos para que limiten los derechos civiles y políticos de la población homosexual (adopción, unión civil, seguridad social, etcétera).
En el documento Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las órdenes sagradas (2005) el Magisterio Eclesial afirma sin fundamento científico que las personas homosexuales “se encuentran en una situación que obstaculiza gravemente una correcta relación con hombres y mujeres. De ningún modo pueden ignorarse las consecuencias negativas que se pueden derivar de la ordenación de personas con tendencias homosexuales profundamente arraigadas”.
Es esencial que nuestra jerarquía católica entienda el daño que produce con su palabra a miles de feligreses, cuya única diferencia es una orientación distinta a la heterosexual, lo que de ninguna manera va en contra de su capacidad para amar a Dios y seguir sus enseñanzas. El amor no debe estar basado en el sufrimiento, en la culpa o en la exclusión, sino en la misericordia y el respeto a la dignidad de las personas, valores dictados tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Hoy se abre un rayo de esperanza al escuchar que el cardenal Carlo María Martini ha manifestado públicamente la posibilidad de usar el condón entre cónyuges para evitar el contagio del sida. Esto no quiere decir necesariamente que la Iglesia Católica vaya a cambiar radicalmente sus enseñanzas. Ojalá fuera así. Nos congratulamos por la valentía del cardenal Martini, cuya voz se suma a la de los obispos Kevin Dowling, de Sudáfrica; Martinus Muskens, de Holanda y Eugenio Rixen, de Brasil, quienes han defendido abiertamente el uso del preservativo para evitar la propagación de esta enfermedad.
Nosotras por nuestra parte seguiremos insistiendo en que la jerarquía católica cambie sus enseñanzas acerca del uso del condón demostrando confianza en la autoridad moral de su feligresía.
Fuente: agencia Notiese
* Publicado en Letra S, 4 de mayo de 2006.