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A sus 19 años, Stephanie Nicole Garcés solo busca un lugar donde vivir en libertad. Dejó su país huyendo de las pandillas que la agredían por su condición de mujer transgénero. Puso sus esperanzas en México, pero en su periplo migratorio ha sufrido discriminación, amenazas, violencia física y sexual. La Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) rechazó su solicitud de asilo y, a pesar de haber recibido la visa humanitaria, no ha encontrado condiciones de seguridad.
Hoy tiene todas sus esperanzas en que el gobierno de Estados Unidos le conceda el asilo político por condición de género, confiada en que se reconozca que proviene de la región donde se ha documentado 78.1 por ciento de los crímenes de odio transfóbico en el mundo, según el Observatorio de Personas Trans Asesinadas.
Oriunda de San Pedro Sula —uno de los municipios hondureños más violentos dominado por la Pandilla 18 y la Mara Salvatrucha (MS-13)—, a temprana edad, Stephanie Nicole se reconoció como una mujer en el cuerpo de un niño. La Asociación Americana de Psicología define a las personas transgénero como aquellas que no se sienten cómodas con la identidad de género que tienen por nacimiento; la mayoría lo descubre en la infancia y la adolescencia.
Creció en un entorno hostil debido a que su familia no aceptó su personalidad. Tras abandonar el hogar, se enfrentó a rechazo social, acoso y ataques físicos y sexuales. Esta situación la padece 88 por ciento de las personas LGBTI (lesbiana, gay, bisexual, transexual/transgénero/travesti, intersexual) solicitantes de asilo y refugiadas en México, pues en entrevistas con la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) reportaron haber sufrido violencia sexual y de género en sus países de origen, según el diagnóstico “Violencia sexual basada en género en la frontera sur de México contra personas refugiadas y solicitantes de asilo del triángulo norte de Centroamérica”, realizado en diciembre de 2016.
Frente a las amenazas de muerte que recibió por parte de grupos criminales, vio en la migración el único medio para seguir con vida.
Nuevas dinámicas migratorias
En años recientes, la migración en la frontera sur de México ha experimentado un ascenso en el número de personas que se identifican como LGBTI provenientes de los países del llamado Triángulo Norte, conformado por Guatemala, Honduras y El Salvador.
Este fenómeno se observa principalmente en los albergues para migrantes localizados en los municipios fronterizos de Tenosique, Tabasco, y Tapachula, Chiapas, donde esta población busca pasar desapercibida entre los cientos de niños, mujeres y varones que hacen paradas en busca de alimentos, servicios de salud y un sitio donde dormir.
Aunque a la fecha no existen datos oficiales sobre el flujo migratorio en el sureste mexicano, organizaciones de la sociedad civil estiman que 400 mil personas en situación irregular cruzan anualmente la frontera con Guatemala.
En tanto que las solicitudes de asilo ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados son un referente de cuánto ha incrementado el arribo de centroamericanos, aunque en los datos no se hace distinción de la preferencia o identidad sexual. Según los datos, entre 2013 y 2016 se elevó en 622 por ciento la petición de este recurso, mientras que en el primer trimestre de 2017 se recibieron más que durante todo 2015, que contabilizó tres mil 24. La ACNUR considera que, por la tendencia que se ha tenido, al cierre de este año podrían registrarse hasta mil solicitudes.
Cuando Ailsa Winton, investigadora del grupo de Estudios de Migración y Procesos Transfronterizos de El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur), identificó estas nuevas dinámicas, quiso saber por qué migra la población LGBTI, pero se enfrentó a un vacío de información académica y de las organizaciones que las atienden.
Fue por ello que en 2015 inició el proyecto exploratorio “Diversidad sexual y movilidad forzada en la frontera sur de México”, con el propósito de conocer y documentar las experiencias que tuvieron en su lugar de origen, cómo vivían y qué impulsaba su huida; además de saber cómo es el proceso de cruzar la frontera, así como los proyectos que tienen a futuro.
Encontró que al igual que el caso de Stephanie Nicole, la mayoría huye de la violencia de género por no cumplir los roles asociados a un hombre o a una mujer. Derivado de ello, el abuso sexual, la tortura y el homicidio son una constante para esta población, por lo que se desplazan buscando condiciones más seguras y dignas para vivir.
En las más de 50 entrevistas a profundidad que aplicó, observó que el rechazo familiar por su identidad de género es la primera confrontación que viven, debido a que no son aceptados por transgredir las normas sociales que son regidas por el patriarcado y, algunas veces, condicionadas por la religión.
A ello se suma el rechazo social. En el caso de las mujeres trans, salir a la calle significa estar expuestas a burlas, insultos y agresiones; por lo que se mueven en condiciones clandestinas —tanto en sus países de origen como en su ruta de desplazamiento— para evitar ser víctimas de violencia.
Marginación social
“Raros”, “enfermos” o “anormales” son algunos de los adjetivos con que se tilda a las personas trans, incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) integra el diagnóstico “transgénero” en el capítulo de trastornos mentales de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE).
Culturalmente se define el género a partir de la diferencia sexual, basándose en los atributos, roles y comportamientos de acuerdo con el sexo: una concepción binaria hombre-mujer. Así, las expresiones diferentes a la heterosexualidad transgreden los parámetros sociales, por lo que son objeto de marginación.
Por ser visto como una anomalía, investigadores del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz (INPRFM) y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en colaboración con la Clínica Especializada Condesa de la Ciudad de México, han obtenido evidencia científica de que el transgénero es una condición y no una enfermedad, con la cual pretenden que el organismo internacional lo elimine de esa categoría.
El estudio, publicado en The Lancet Psychiatry, evaluó a 250 adultos transgénero mostrando que el estrés —provocado por rechazo y violencia social (distrés)— y la disfunción que sufren, son producto de la estigmatización y los malos tratos a los que se enfrentan en los distintos ámbitos sociales, y no a su identidad sexual.
El nivel de distrés que presentan las personas trans es explicado por el rechazo familiar —comenta Ana Fresán Orellana, investigadora del INPRFM—, pues aquellos que experimentaron marginación en su hogar tenían cinco veces más probabilidad de padecerlo; en tanto que el deterioro social se explica por la exclusión de sus compañeros y la violencia física que vivieron.
Concluyeron que no es la condición transgénero por sí misma la que conlleva al distrés y al deterioro funcional, sino la violencia y discriminación que constantemente padecen, impactando, además, en su funcionalidad y calidad de vida.
Fuente: Agencia Informativa Conacyt y monitorexpresso.com