Falta de solidaridad
Isabel Holgado Fernández
Barcelona
Caminaba por la calle del Hospital cuando vi a una persona transexual respondiendo, indignada, a los insultos (maricón y otras florituras) de una persona paquistaní. Justo enfrente, dos bomberos reían y asentían dicho trato vejatorio. Nadie reaccionó; la gente miraba para otro lado o reía, como los bomberos. Me dirigí al paquistaní, conminándole a disculparse, y él me contestó que me metiera en mis asuntos. También llamé la atención a los bomberos, pero se escudaron en que con ellos no iba esa vaina. Y regresé a casa, herida en mi humanidad y avergonzada de ser parte de esta sociedad cobarde, recordando que más atroz que las acciones de la gente mala es el silencio de la gente buena.
Efectivamente, parece que las transexuales somos ya las únicas personas a las que se puede insultar por la calle. Al menos, esta es mi experiencia. Si sabeis de otra gente a la que se suela insultar públicamente ya me lo diréis. La respuesta a la situación descrita en la carta es obvia. La persona insultada tenía que haberle metido fuego al paquistaní y a la tienducha que seguro debía tener, a ver si los bomberos se daban de una puta vez por aludidos.
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