¿Se puede ser mujer transexual sin ser vedette en Argentina?
Por MARTIN SCIOLI | Tras conocerse la noticia de la «profesora travesti» –como se empeñan en señalarla algunos medios– es válido tomarse cinco minutos de reflexión acerca de la necesidad de una sociedad más racional y el respeto a una docente transexual, pero sobre todo «mujer».
Pareciera que en Argentina las mujeres transexuales solo deben convertirse en vedettes dejando de lado cualquier otro oficio o profesión. Quizá una docente-vedette transexual sí pueda ser reconocida y respetada.
Que vivimos en una sociedad injusta, es cosa sabida. No obstante, no dejan de asombrarme ciertas actitudes de nuestra argentina humanidad cuando tengo en frente noticias como la de Melina Gutiérrez, la profesora que se vio envuelta en la polémica cuando salió a la luz que es una mujer transexual.
Y en este sentido hago incapié en «mujer transexual» porque su situación no es otra que la que describo. Me sentiría sumamente incómodo en nombrar a Melina Gutiérrez como travesti, no porque desmerezca la identidad travesti, sino porque su identidad, tal cual ella misma lo manifiesta, es femenina. Mencionarla como la «profesora travesti» es en sí misma una frase que no tiene lógica, y señalarla como «el profesor travesti» –como lo han hecho la mayoría de los medios, por no decir todos– es una falta de respeto a su identidad psicológica y de género.
Por las razones mencionadas, entiendo –y según las voces profesionales lo sostienen– Melina es una mujer. Transexual, pero mujer. Tan mujer como hoy se la considera –por mencionar un ejemplo que por cercano no deja de ser acertado– a Flor de la Ve.
Ayer al mediodía un grupo de vedettes fueron las invitadas a los clásicos almuerzos de la señora Mirtha Legrand. Entre ellas, Flor de la Ve. De hecho, la locutora en off y la misma señora Legrand no dudaron en ningún momento de su identidad femenina y en tratarla como la mujer que es. Flor fue presentada como «la señorita Florencia de la Ve, vedette, actriz». Ninguna de las mujeres presentes en la mesa se vio incomoda por compartir charla y almuerzo con ella. Por el contrario, en muchos pasajes no se hizo más que exaltar sus virtudes sobre las tablas. Y ella misma aclaró en varias oportunidades que está viviendo un momento profesional «increíble» debido a la buena acogida (y por favor no lo tomen a broma) del público.
Seguramente, entre ese público que admira a Flor de la Ve –porque seguramente lo merece– se encuentran algunos de los padres que hoy cuestionan a Melina Gutiérrez por ser tan «mujer transexual» como lo es De la Ve.
Y es por eso que digo que me asombran, o mejor dicho me inquietan, estas actitudes de nuestra sociedad, mediatizada hasta la médula y relegada en la cultura y la razón.
¿Qué diferencia existe entre Flor de la Ve y Melina Gutiérrez? ¿Por qué se puede juzgar deliberadamente a una profesora transexual mientras que a una vedette se la aplaude sin cuestionamientos a su identidad de género?
Creo en lo personal –y en coincidencia con muchas voces que respaldaron a Melina Gutiérrez– que no es nuestra condición sexual o identidad de género lo importante para ser buen profesional, buen trabajador y sobre todo buena persona. No dudo del profesionalismo de Flor de la Ve en los escenarios como tampoco dudo de la idoneidad de la docente Melina Gutiérrez ante una clase. Y veo justo remarcar en esta editorial que no existen diferencias, salvo por el trabajo que cada un a realiza y el modo en que cada una mediatiza o reserva su vida privada.
Quizá esta paradoja que hoy tenemos ante nuestros ojos no sea más que el fiel reflejo de la realidad impuesta por años de (in)cultura mediática y desvalorización de la cultura de la razón.
Esa misma (in)cultura mediática nos ha llevado hoy a no juzgar a una mujer transexual que, gracias a la televisión, se ha convertido en vedette y ha ganado fama y dinero y sí a una mujer transexual que tras años de estudio y por auténtica vocación obtuvo el título de Profesora.
Tengo la convicción de que si nos tomamos cinco minutos para reflexionar caeremos en darnos cuenta que como toda sociedad que se precie necesitamos tanto de profesoras y profesores que nos eduquen y eduquen a nuestros hijos, como de artistas que nos diviertan. Sepamos darnos cuenta.
Martín Scioli