Primero, y tras agradeceros la acogida de ayer, no me voy a presentar porque no se me dan bien las presentaciones. Casi que mejor me vais conociendo. Ya hablaré de temas serios, pero sirva este post como saludo.
Veréis, llevo días pensando y eso en mi caso es grave, muy grave.
En tanto que lobogrino soy raro, tan raro como pensar durante años que el concepto sinónimo de "maricón" era "pies planos". Desde siempre he tenido que oír: "es que ....es raro", "hijo, pero mira que eres raro",...Lo cierto es que jamás me importó (crecí con ello): era pies planos, de cabeza grande, tímido, bajito...y "raro". El término en sí no se refería a nada en concreto y a la vez a todo en general. "Raro" no era "ser maricón" (eso era tener los pies planos, ya lo he dicho) para mi "raro" suponía ser yo, pensar, hacer mi propia síntesis de lo que iba descubriendo y disfrutar la vida como me da la gana (yo podía hacerlo, como era el "raro" oficial del pueblo)... Hoy sigo siendo "raro".
Ser "raro" me ha dado un regalo: la capacidad de abstraerme del entorno que me rodea y analizarlo desde una cierta distancia sin tener que salirme de él. La marginación me ha convertido en observador.
Paseando por la calle, mirando a la gente he llegado a la conclusión de que el hombre moderno se ha vuelto loco de remate. La sociedad, el momento histórico, no sé lo que, nos "obligan" a estar medio gilipollas perdidos. Y el culpable es el asfalto (¿ein?!).
Sí, el asfalto. ¿Os habéis parado a pensar que en una ciudad como Barcelona puedes pasarte semanas o meses sin pisar tierra?. No descubro nada al afirmar que la tierra (y no hablo de la del parquecillo de la Plaza Letamendi) posee una energía que es la misma del ser humano. El asfalto de la ciudad es un aislante que nos separa de nuestra propia esencia.
La energía de la tierra es la propia energía del hombre. No deja de ser curioso que cada vez haya más personas estresadas e histéricas y que aparezcan balnearios urbanos, gimnasios, y mil historias (rapa cuartos) para tratar de solucionar esos problemas. ¿Cuando fue la última vez que enterrásteis los pies descalzos en tierra en el campo?, ¿o que abrazásteis un árbol?, ¿cuando la última vez que os quedásteis durante largo rato oliendo la fabulosa flor del laurel o viendo las evoluciones aéreas de un halcón? ¿cuando?...
Ayer nevó. Y la nieve purifica la tierra. Para los agricultores, además de agua, la nieve proporciona algo básico: acaba con todas las infecciones de la tierra y la purifica para que renazca con fuerza renovada dentro de unas semanas y que así pueda continuar el ciclo de la vida.
En la ciudad la nieve sólo ocasiona frío y caos. Resbala por el asfalto y no sirve para nada, perdiéndose todo su valor.
Todo esto no es baldío. La "histériaasfáltica" nos lleva a paradojas tan curiosas como desconfiar cada vez que alguien nos toca en el metro o poner mil cerrojos en casa y a la vez abrirle nuestra alma a un desconocido con el que hemos tecleado en el chat. A querer estar solos y a morirnos por estar con alguien. A ir a la sauna buscando un abrazo o una caricia...A llenar bares (con o sin humos) de charlas intranscendentes dónde lo que importa es estar con gente para sentir que "soy humano".
La burbuja que es la urbe (el asfalto aisla de la tierra, los edificios nos quitan el viento) crea soledad en medio de la marabunta de gente y desechos vivientes que necesitan desde éxtasis o alcohol hasta falsos abrazos de sauna para sentir que aún son humanos. Y lo peor es que ni siquiera se les da la posibilidad de regresar a la Madre Tierra, de la que todos hemos salido, cuando acaban el viaje a la Ítaca de su vida.
Yo soy afortunado, tremendamente afortunado (también por haberos conocido ayer). Durante años fui " El raro" y aprendí a abrazar a los robles y a los castaños, aprendí a hablar con las piedras y a sentir la vida de la tierra (mi propia vida) subiendo desde mis pies descalzos. Aprendí a oler la minúscula inflorescencia del laurel o el majestuo lilo. Aprendí a encontrar el vuelo del halcón en el cielo o las huellas del lobo en el camino...
Durante y los dos últimos años he tenido la inmensa suerte de volver a aquellas raíces para poder tratar de sobrevivir ahora en la "limpia burbuja de asfalto, metal y cristal".
Pero soy un lobogrino y cuando acabe mi Camino de Santiago a Ítaca seré devuelto a la tierra de mis antepasados. Sí, sin duda soy afortunado.
Perdondad el tostón.
Un saludo. Lobogrino.
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