Foto: Manifestación en Nicaragua. Imagen de Milagros Guadalupe Romero
Hace unas semanas conversaba con una amiga sobre nuestras “salidas del armario”, o como se dice en mi país, Nicaragua, “del closet”. Somos conscientes de lo que hemos recuperado al asumir abiertamente algo que tiene tanta relevancia en nuestras vidas. No solo hemos avanzado desde el punto de vista erótico-afectivo, sino también desde el político, al ser activistas feministas ambas. La conversación era así:
- ¿Y tu familia lo sabe?
- Había sospechas, pero hace unos años se enteraron por medio de otra persona, y por un tiempo me dejaron de hablar… Ahora se incomodan con mi presencia.
- Entonces no tenes problemas con decirlo abiertamente…
- Aunque lo digo abiertamente en los espacios públicos, y puedo hablar de mi “experiencia” en la radio, en prensa escrita, y en mis redes sociales, la palabra “L” es la que aún no me atrevo a decir en una conversación con mi mamá…
Nicaragua hasta hace muy poco tiempo contaba con una ley que tipificaba el “delito de sodomía”, esta forma de sanción legitimizada, aunque derogada en el año 2008, subyace en los imaginarios sociales que discriminan, excluyen, violentan a lesbianas, bisexuales, gays y personas trans.
Las rebeldías a los mandatos y prohibiciones recibidos de la tradición cultural heteropatriarcal hacen posible que las lesbianas vivamos nuestra orientación sexual con cierto grado de libertad, aunque no exento de culpas, contradicciones, miedos y violencias al rebelarnos al mandato de la heterosexualidad obligatoria que se construye desde los vínculos socio-afectivos más próximos y se refuerza desde todos los poderes culturales, políticos, económicos del sistema.
Hago un recuento atrás, recién cumplía 18 años cuando se derogó esa ley en mi país, y si bien tuve el privilegio de tener una educación formal laica y científica, la información sobre el ámbito de la sexualidad, de mi sexualidad, fue un tema desconocido durante mi adolescencia. La única posibilidad de asumir-elegir la lesbiandad me llegó al ser adulta, y desde el feminismo he logrado asumir esta posibilidad de rexistencia con tanta libertad.
“¡La organización nos ha sacado de la cama! Lesbofeminismo popular lucha y avanza…”, corean con potencia y alegría tortillera las compañeras de la Asamblea Lésbica Permanente en Buenos Aires. Reflexiono sobre la importancia que ha tenido en mi propia experiencia el reconocerme en las voces, en las resistencias y en las luchas colectivas desde una corpo-política lesbiana más allá de las fronteras de un Estado-Nación. Esto también tiene mucho de privilegio, y posiblemente no sirva como referente para comprender la situación real que enfrentamos y vivimos las mujeres, y las lesbianas en un contexto tan empobrecido, colonizado y carente de derechos básicos como Nicaragua. Las mujeres y las lesbianas son las mayores subordinadas en el plano económico, social, cultural y simbólico en mi país.
Por ello, para estas fechas no podemos dejar de celebrar que cada vez somos más las lesbianas que nos visibilizamos, que evidenciamos nuestra vivencia erótica-afectiva entre mujeres, algo que incomoda al sistema, las que nos organizamos en la lucha política feminista por nuestros derechos, las que ponemos la cuerpa en los espacios públicos y no pedimos permiso para existir fuera de las lógicas heteronormativas. Celebramos, sí, pero en este contexto también seguimos necesitando como afirma Ochy Curiel:
Fuente: http://blogs.20minutos.es/mas-de-la-...y-en-la-calle/