(Homenaje a las películas:
El rayo verde y En la ciudad de Sylvia)
Se despertó envuelta entre unas sábanas pesadas por el sudor de su propio cuerpo. El reloj marcaba las 4:00 a.m. En la calle aún se escuchaba un griterío de gente regresando de fiesta. Mérode ya no pudo conciliar el sueño. Se hizo de día mientras revelaba algunas fotografías que había tomado el día anterior. El día alcanzó a Mérode y ésta partió. Las calles aún andaban silenciosas. Tan sólo se escuchaban los arañazos de las escobas contra el suelo. El sol pegaba fuerte e iluminaba la piel blanquecina de Mérode. Serpenteó varias calles hasta llegar a una gran plaza. En el centro, se hallaba el Café “Rien”. Una camarera andaba colocando las mesas y las sillas. Mérode pasó dentro y al final del local se sentó. La camarera se acercó y le tomó nota. -¿Un café sólo y un zumo de limón? –Dijo la camarera- -Sí. –contestó Mérode en un tono susurrante-Al poco de marcharse la camarera, Mérode sacó de su mochila un cuaderno de anillas. Era bastante viejo y las cubiertas estaban muy desgastadas. Al abrirlo, se podía ver muchos bocetos: algunos cuellos, manos, piernas, espaldas y un busto con rostro.Las horas fueron pasando. Ya era casi mediodía. La cafetería estaba repleta de estudiantes y turistas. Mérode sacó su cámara y comenzó a sacar fotos. Al fondo había un grupo de chicas. Mérode se fijó en la curvatura del cuello de una muchacha. Fotografió la parte. A la derecha, una pareja madura tomaban café en silencio. Ambos parecían idos. La espalda de la mujer estaba semi-descubierta dejando ver una leve capa de lunares. El ojo de Mérode volvió a sentir el impulso irreverente de capturar ese espacio. Al rato, cruzó la plaza una chica con el pelo negro y ondulado. La figura le resultaba conocida a Mérode. Se levantó rápidamente tomando sus enseres y marchando a la plaza. Las calles estaban muy concurridas. La desconocida se alejaba más y más sin que Mérode perdiera de vista su silueta. Recorrieron calles sinuosas y estrechas. A veces, Mérode perdió de vista a la desconocida. Tomaba calles sin sentido alguno y volvían a llevarle hasta el paso de la desconocida. Al pasar por el boulevard Général Jacques, la desconocida se paró en una parada del Tranvía. Mérode se paró junto a ella sin mediar palabra. Miró el movimiento de su pelo azuzado por el viento. El Tranvía llegó y ambas subieron. Mérode se puso justo al lado de la desconocida y se giró hasta encontrar su mirada. Mérode la miraba fijamente como intentando recordar su cara. La desconocida aguanto un rato el ataque de miradas de Mérode. Hasta que la tensión parecía que se podía cortar en lonchas.-Perdona, ¿tienes algún problema? No dejas de mirarme tan descaradamente…-Hola –contestó la mirona Belga--¿Te conozco? –Replico aturdida la desconocida--No lo sé. ¿Te llamas Delphine?-No. Te has equivocado. Me bajo en esta parada.
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