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Deborah Levy (Johannesburgo, 1959) acaba de publicar en España El hombre que lo vio todo, su vuelta a la ficción después del tríptico autobiográfico que surgió como respuesta al ensayo de Orwell “Por qué escribo”. Hace apenas unos meses se tradujo el magistral cierre, Una casa propia, después de Cosas que no quiero saber y El coste de vivir. Su regreso a la novela es una historia donde juega con los estereotipos de género y belleza, pero que habla también de la historia y de cómo la reescribimos a través de la memoria. Es una novela en dos tiempos y en dos partes, la segunda pone en cuestión la primera. Abarca treinta años y el protagonista sufre el mismo atropello dos veces en el mismo sitio: el icónico cruce de Abbey Road.
El hombre que lo vio todo es su vuelta a la ficción, después del proyecto autobiográfico que se cierra con Una casa propia. ¿Por qué vuelve a la ficción y por qué con esta historia?
Me gusta escribir las dos cosas, tanto ficción como no ficción, porque son diferentes y me dan cierto descanso una de la otra. En ficción, cuando escribo novela, tengo el derecho de crear personajes, que son como mis avatares, y sacarlos al mundo y ver qué les hace comportarse de la manera en que lo hacen. La conducta humana es algo que me interesa profundamente tanto en la vida como en la literatura. En ese sentido, siempre hay una conexión entre las autobiografías y la ficción. El hombre que lo vio todo es una novela en la que quería dar la vuelta a los estereotipos de género, donde la mujer es la guapa, y puse al hombre como el guapo. Cuando veo los cuadros de Caravaggio con esas bellezas masculinas tan intensas, digo, vale, pues esto lo voy a hacer en el libro. Y en ese momento la novia del personaje es Jennifer, estudiante de arte y fotógrafa, y él es la musa de ella. Pero también quería escribir un libro sobre la historia y la forma en que la contamos. También sobre la manera en que a veces cuestionamos la historia, la familiar, la política… la forma en que se escribe y se reescribe la historia, y la forma en que la sentimos. Porque de eso no se ha escrito tanto. Al mismo tiempo, mientras escribía, se estaba dando una conversación política, Trump había ganado, se estaba preparando una guerra, pensaba en el Muro de Berlín. Cuando cayó, qué raro debió de ser, como ciudadano de Berlín oriental, decir “la persona que yo era ya no es porque la ciudad en la que vivía ya no existe”. Y luego está Abbey Road, donde se produce el atropello, es histórico también porque es un paso de cebra en una calle, y me pareció buena idea colocar el centro de la novela allí.
Hablar de El hombre que lo vio todo es hablar de estructura, porque hacia la mitad la novela se rompe en un sentido y cambia todo, incluso la manera en que la leemos.
Se parece un poco a la historia, ¿no? La volvemos a escribir, la escribimos y la reescribimos constantemente. Y también es un poco como la memoria, vamos corrigiendo nuestros recuerdos. Por supuesto, en el libro, que cubre un periodo de treinta años, tracé la historia, pero quería contarla de otra manera, de modo que el pasado y el futuro pudiesen verse cara a cara y encontrarse. Técnicamente, este libro llevó mucho trabajo. Cuando escribo trato de buscar algo que me interese mucho, algo que sea cierto, pero tengo que sentir que es cierto, y es un enorme reto técnico. La fuerza para escribir eso, las horas que he estado de madrugada trabajando, eso es lo que recuerdo de esa novela.
¿Cuál es la relación entre sus libros de ficción y los de no ficción? Por ejemplo, los lectores de Una casa propia saben el argumento de El hombre que lo vio todo porque aparece en el libro. Es un poco como estar en diferentes habitaciones de una misma casa.
En las autobiografías me refiero a las novelas y al hecho de escribirlas porque es parte de mi vida, una parte fundamental de mi vida. Cuando lo menciono en la autobiografía no es para explicarlo, quizá para dejar constancia de algunas de las ideas que se me ocurren y a las que estoy tratando de dar forma. Me gusta que se sienta como algo familiar, que puedas leer una primero y luego la otra y que una haya servido como aproximación a la otra.
En Cosas que no quiero saber cuenta que acude a Polonia, invitada a ver los ensayos de una obra de teatro, anota las indicaciones que da la directora a la actriz y que tienen que ver con alzar la voz, pero no es una cuestión de volumen. Y dice que ese consejo usted lo ha aplicado a su escritura.
Para escribir cualquier libro tienes que entender qué desean los personajes, qué quieren para sí y qué les impide lograrlo. ¿Es algo que tiene que ver con la sociedad?, ¿es algo interno? Cuando lo encuentras, es como en nuestras propias vidas, cuando te preguntas qué es lo que de verdad quieres, que es una pregunta dificilísima. No hace falta hacer ostentación, ni hablar muy alto, solo saber hacia dónde vas con la escritura. Tal vez una voz alta, supuestamente poderosa, en realidad se basa en el miedo; mientras que si bajas el volumen sin bajar el tono… es una buena nota para escribir teatro, novela y para la vida.
Empezó el proyecto autobiográfico como una respuesta al ensayo de George Orwell, “Por qué escribo”. ¿Cree que le ha respondido?
Un poco sí. Cuando uno escribe nunca puede responder al 100%, porque si no, ¿que quedaría por hacer? Siempre tienes que dejar ese pequeño hueco. Pero creo que sí he abordado esas preguntas que hacía Orwell. Ahora me preguntan si voy a escribir una cuarta y yo me digo: parece interesante. Tal vez haya nuevas preguntas que responder. Muchas veces me digo que con tres está bien, pero a veces voy por el parque andando y escucho en la cabeza la voz de la cuarta y le digo: “cállate, cállate, vete”. Es como los constructores: tienes una construcción en la cabeza y ves cómo van erigiendo la cuarta y dices: deja, deja, porque voy a demoler todo.
¿Cuál es la importancia de George Orwell para usted como escritora?
Respeto de verdad a George Orwell porque escribió sobre cosas muy complicadas en un lenguaje muy sencillo, y eso es muy difícil. Como joven escritora no entendía el valor de la simplicidad de las frases, cuando estás empezando te quieres lucir, quieres brillar, fuegos artificiales. Pero más adelante, cuando empiezas a confiar en la técnica y cuando estás tratando de dar coherencia a lo que piensas después de días escribiendo y buscando esa coherencia, de repente la encuentras, es como el humo. George Orwell, como hombre de su tiempo, fue alguien muy valiente que trascendió el tipo de hombre que se suponía que tenía que ser por la clase a la que pertenecía. Escribió libros como Homenaje a Cataluña, se encontró sirviendo al ejército en Birmania y cuando leo los ensayos que escribía en esa época, oigo a una persona que trataba de sentir la política, no se trataba de escribir con coherencia sino de sentirla, y por eso le admiro.
¿Qué piensa de la eterna pregunta sobre lo personal y lo político?
Ahora es como una frase hecha, “lo personal es político”, aunque últimamente parece que no la oímos tanto. Pero yo creo que sigue siendo válida. Tal vez haya que darle nueva vida a la expresión, porque es mucho más que una frase, es una verdad. En mis libros lo histórico es también poético, la experiencia es personal, la política es personal. No se me ocurre mejor manera ni mejor frase para describirlo porque es una idea… Hasta donde yo sé, no se conoce el nombre de la mujer que la dijo, alguien acuñó la frase y el movimiento feminista dijo: sí, esa es. De alguna manera todos sintieron que era una verdad. La autora de esa frase nos dio a todas algo con lo que podemos trabajar, porque no se puede escribir libros si no has pensado y no has sentido lo que quieres transmitir. Las mujeres de mi generación crecimos con esa idea de que la parte de pensar les toca a los hombres y lo de sentir es para las mujeres. La frase fue una respuesta a ese esquema, sirvió para empezar a trabajar con un poco menos de emocionalidad. Pero a mí esto no me encajaba en mi autobiografía, porque la política tiene mucho que ver con el sentir y con la lucha, y así lo sentimos todas. Definir la ternura de la política, la rabia… y de alguna manera condensar eso en los libros que escribes.
Simone de Beauvoir es una de las escritoras que aparecen en los tres libros, Marguerite Duras también, y otras, pero Simone de Beauvoir es una presencia…
Claro, ¿cómo no? He pensado mucho en ella porque la época en la que ella escribía pasó hace mucho y desde entonces hay muchas voces nuevas. Simone es interesante porque era una filósofa, tenía un modo particular de escribir sobre esto. Decía –no es literal– que los hombres se sienten con derecho a una vida expansiva, una vida trascendente, mientras que las mujeres de su generación se suponía que tenían que tener una vida en miniatura, una vida de bondad y virtud. A los hombres no les gusta que las mujeres los eclipsen, se ponen furiosos y violentos, y eso lo vemos, desgraciadamente. Dijo muchas verdades en un lenguaje muy específico, el lenguaje de la filosofía francesa. Exploraba su propia relación con Sartre en su ficción, no necesariamente en El segundo sexo. Cuando se publicó El segundo sexo, en 1949, recibió comentarios espantosos por parte de los críticos franceses, porque se suponía que la vida de las mujeres era un tema menor, de poca importancia. Podemos dar un salto hasta Annie Ernaux desde todos esos críticos que se burlaban de Simone de Beauvoir por abordar el tema de la vida de las mujeres. Ahí hay una victoria: Annie Ernaux ha ganado el Nobel de Literatura en 2022.
Una casa propia, el libro que cierra el tríptico autobiográfico, habla del deseo de tener una casa, es sobre dinero y ahí escribe, al final, que sus bienes raíz son sus libros.
Real estate [el título original] es una expresión estadounidense y es un poco rara, y empecé a buscar el unreal estate, esas fantasías que tenemos de los sitios en los que queremos vivir, y la atmósfera que queremos crear; por ejemplo, quiero un granado… En el fondo lo que queremos es encontrar un lugar donde estemos cómodos, un lugar de placer, que no tiene que ser grandioso –algunas de nuestras casas propias mentales son grandiosas, otras no–. Y en el libro hablo de dinero, que es también un tema complicado. Ayer una mujer me pidió que le firmara un ejemplar y me dijo: este libro es importantísimo para mí porque tengo 55 años, todavía no tengo casa propia y leerlo me ha animado. No es un libro sobre la casa que se tiene, es sobre el deseo y cómo lograr ese espacio y cómo pagarlo y cómo lograr que suceda. Al mismo tiempo tiene un componente más existencial en relación con la propiedad: cómo se mide el valor, cómo logramos adquirir suficientes cosas que nos permitan ser felices y cómo medimos, por ejemplo, el valor del intelecto. Y hacia el final del libro esa es la idea que se me ocurre: mi propiedad, mis activos, son mis libros y todo lo que he vivido para poder escribirlos. Y es posible que esos libros se conviertan en hogar para otros y los otros son los lectores, me emociona ver que hay gente que encuentra un hogar en mis libros alrededor del mundo a medida que se traducen. Cuando era joven, sin duda encontré mi hogar en muchos libros, esos libros que llevas de una casa a otra se convierten en un hogar.
Me pregunto si sigue enviándole fotos a su padre para elegir la fruta, tal como cuenta en el libro.
Mi padre falleció el año pasado. Cuando salió Una casa propia estaba muy enfermo y mi hermana le leyó el libro en voz alta. Cuando llegó a la parte en que cuento cómo escogía la fruta hay una frase que dice: “No puedo imaginar la vida sin mi padre.” Me dijo mi hermana que esa frase se la saltó. Ahora tengo que elegir la fruta yo misma, sé que el melón tengo que cogerlo y notar que los extremos están más blandos. Los mangos se le daban muy bien, a mí no tanto. ~
Fuentr: https://letraslibres.com/revista/entrevista-a-deborah-levy-crecimos-con-la-idea-de-que-pensar-es-de-hombres-y-sentir-es-de-mujeres/?fbclid=IwAR0OkBGnudCpntFA4q3PSldIRYtQUqYNeL2596uC aPgdrH0h2AHDqKd1liQ