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El otro bullyng

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    El otro bullyng

    ¿Por qué hablar de “el otro bullyng” cuando el bullyng del que hablo es uno de los más típicos, frecuentes y ancestrales que existen? Por la sencilla razón de que la relación entre el bullyng (anglicismo de moda para referirse al antiguo “matonismo escolar”) y la homofobia sigue sin contemplarse de manera adecuada cuando se habla del acoso escolar.

    Cada vez hay más interés, por parte de pedagogos, psicólogos, asistentes sociales etc. por tratar de un modo serio la violencia en las aulas. Pero al referirse al ataque al alumno gay, lesbiana, trans o queer las cosas se complican. Sencillamente la unanimidad ya no es la misma, algunos gestos se tuercen y se empiezan a dar largas.

    Y es que los propios profesores/as, directivos de los centros y el sistema educativo en sí tienen su parte de complicidad en el asunto y en ocasiones padres y educadores consienten, fomentan o miran hacia otro lado. Y el tema se torna espinoso. Particularmente si nos movemos en terrenos donde la religión y sus dineros tienen mucho poder, aunque no solo en estos.

    Esto no ocurre así, o afortunadamente cada vez menos, cuando la discriminación es por razones de etnia, discapacidad o diferencia corporal, situación social, género (machismo)… pero cuando los adolescentes reproducen comentarios homófobos, oídos en casa o en el propio aula, la respuesta más habitual suele ser la risa o un silencio no menos cómplice. Y el silencio es el enemigo principal de los que van descubriendo una sexualidad que no es la normativa e impuesta por la sociedad. Un silencio que afecta a la ausencia de modelos en los programas educativos o a las referencias reduccionistas en las todavía escasas referencias a la educación afectivo-sexual.

    No se trata sólo de decir, en la clase de literatura, de que Lorca era gay o Virginia Woolf lesbiana sino de que se contemple la posibilidad de que los chicos se sientan atraídos por otros chicos o las chicas por otras chicas, de que no se impongan moldes de género ajustados al sexo o la corporalidad, de que no se tolere la mofa de la pluma, de que se hable con naturalidad de otras sexualidades, de otros géneros, de otras vivencias… Si los propios niños o niñas que saben o intuyen que son lesbianas, gays o transexuales no pueden o no saben decirlo en su propia casa, ante su propia familia, en su entorno mas cotidiano ¿Cómo afrontar una agresión verbal o física por parte de un compañero o un profesor con seriedad? ¿A quién acudir sin temor a más de lo mismo? Afortunadamente dentro del propio sistema educativo hay cada vez más nobles y dignas excepciones a este respecto. Gente interesada en que las cosas cambien. Pero no es suficiente. Es necesario que los propios profesores y profesoras gays y lesbianas no tengan que ocultarse por miedo a perder su puesto de trabajo o a sufrir ellos mismos mobbing o bullyng. Porque eso si son verdaderos modelos y puntos de referencia, más allá de la tolerancia o la compasión. Son referentes reales y no escritores muertos o videos sobre educación sexual, tan aséptica, tan asexuada…Y el ejemplo más claro de esta cruel gestión del silencio está en las propias noticias de prensa cuando obvian la referencia a la homosexualidad, el lesbianismo y la homo, lesbofobia en sus crónicas de sucesos como suicidios, palizas, insultos, burlas (nunca sabemos cual es ese insulto ni en que consiste la burla)… El heterosexismo se aprende antes que la lengua o las matemáticas, igual que la transfobia y el odio al diferente, por lo tanto nombrémoslo desde el principio, nada más entrar en clase…antes de salir al recreo…
Trabajando...
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