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Parte.2. Anne Lister, la historia de ‘la primera lesbiana moderna’ que ha fascinado a HBO.

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  • Parte.2. Anne Lister, la historia de ‘la primera lesbiana moderna’ que ha fascinado a HBO.

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    Otra de las mujeres más importantes de su vida fue la última, Ann Walker, con la que arranca el primer capítulo de la serie (Sophie Rundle es la actriz que se mete en su piel). Heredera de una gran fortuna en Halifax, ya conocía a Lister de antaño, pero no fue tras su regreso en 1832 cuando captó su atención. “Empezó a interesarse en Ann como una posible compañera o ‘esposa’, particularmente porque era una mujer joven muy rica”, comenta Helena Whitbread para Vogue. “ Quiso emular los requerimientos de un matrimonio heterosexual tanto como fuese posible. Para conseguirlo tenían que cumplirse tres requisitos: tenían que hacer votos de amor y fidelidad la una con la otra, intercambiarse anillos y tomar la comunión juntas en el altar ”.

    Para casarse, Anne y Ann no tuvieron que disfrazarse como lo hicieron las profesoras españolas Elisa y Marcela, recreadas en la próxima película de Coixet. Ellas acudieron juntas a la iglesia de Holy Trinity Church, en York, y tomaron juntas la comunión: “ A ojos de Anne, esa ceremonia debería haber sellado su pacto de matrimonio ”, nos explica Whitbread. En julio de 2018, esta iglesia rendiría homenaje a Anne Lister, una “empresaria no conforme con su género”, en una placa que conmemoraba “el compromiso matrimonial sin reconocimiento legal” que tuvo lugar allí en 1834. Una especie de icono de lo que se ha interpretado como el sitio donde tuvo lugar la primera boda lésbica de Reino Unido.

    Su idea de matrimonio no distaba mucho de la práctica del resto de enlaces ‘convencionales’ de la época. Al igual que las parejas heterosexuales, intercambiaba información económica de forma previa para conocer la cantidad que podría aportar a la vida en común en caso de elegir a una determinada mujer como compañera de vida. Era, de hecho, uno de sus salvoconductos para ser independiente de su familia. Las entradas de sus primeros años recogen de forma continuada otro de los aspectos que encubría en el código: el dinero.

    Para cualquier mujer joven de comienzos de s. XIX, crecer significaba entrar en la perspectiva de matrimonio. Pero no para Anne: “ He hablado hoy con mi tío sobre casarse. He tenido cuidado de decir que nunca he tenido intención de hacerlo ”, escribía en mayo de 1817. En aquella época hablaba con su tía (una de sus grandes confidentes) sobre la exasperación de ser dependiente económicamente de sus tíos, y menciona en múltiples ocasiones las cantidades de dinero para gastos personales que le daban. Aunque partía de un panorama relativamente privilegiado al pertenecer a una familia de la alta burguesía local, la situación le favoreció por completo a la muerte de sus tíos. Al haber fallecido sus hermanos, se convirtió en la heredera de la propiedad familiar, Shibden Hall

    Adoro y solo amo el bello sexo y ser correspondida por ellas

    Gracias en parte “ al gran respeto que disfrutaba la familia Lister en Halifax ”, explica Whitbread, pasó a ser una considerada terrateniente de la ciudad que se encargó de los asuntos financieros de la hacienda. No dependió como tal de ningún hombre económicamente, pero sí lo hizo de las mujeres. Su esposa, Ann Walker, como hicieron en anteriores ocasiones varias amantes, le prestó dinero en varias ocasiones para determinados planes que tenía sobre reformas de la propiedad, o incluso sobre los negocios que emprendió. De hecho, fue en ese momento cuando comenzaron los problemas para ella. Inicialmente, parte de las rentas de Shibden Hall procedían de pequeños arrendamientos sobre dos minas de carbón que tenía en su propiedad. “ Fue solo cuando tuvo acceso al dinero de Ann cuando pudo poner sus planes en acción y abrir dos minas más [para explotarlas ella misma y ganar más dinero]. Esto la puso en una competición feroz con los hombres de negocios de Halifax que se dedicaban a la industria minera, pero les hizo frente ”, declara la historiadora. A título anecdótico, Whitbread alude a un momento en el que uno de sus hombres de confianza vio cómo la gente estaba quemando una efigie de Anne y Ann: “extraña forma de negocio por parte del señor Rawson”, subrayó Lister en marzo de 1837.

    Una mujer con una actitud (normativamente) masculina

    “La gente normalmente remarca cuando paso lo mucho que parezco un hombre. Creo que lo han hecho más de lo normal esta tarde […] Tres hombres han dicho ‘Es un hombre, ¿se te levanta? No sé, hoy me siento desanimada”, escribió Lister en la entrada de su diario del 28 de junio de 1818. Esta es posiblemente la mención más citada sobre las múltiples alusiones que registra en sus reflexiones acerca de los comentarios que soportó desde los 14 años, cuando empezó a forjarse una reputación “como marimacho”. Le pasó en Halifax, también en su segunda estancia en París: “algunos hombres y mujeres han declarado que soy un hombre”, recogía ese mismo año. Los prejuicios se debieron tanto a su apariencia como a sus modales. De hecho, marcaron un antes y un después, por ejemplo, en su relación con Marianna: “Hablamos sobre mi figura. El que la gente me mirase la hizo sentirse bastante desanimada […] Teniendo en cuenta todo de mí, ¿me cambiarías? Sí, dijo ella. Para darte una figura femenina […] Ella había observado que me había empezado a salir bigote y cuando lo vio por primera vez se puso enferma”, registró en septiembre de 1823.

    Aunque nunca se travistió como pudieron hacer otras personas homosexuales de su época, la actitud que adoptó fue normativamente masculina: “ Era como era por la cultura en la que creció, un receptor pasivo del discurso de su tiempo ”, reflexionaba la historiadora Catherine Euler en su tesis. De este modo, tenía “las mismas expectativas matrimoniales que podríamos esperar de un caballero de la alta burguesía de su época” e intereses más acordes a los que se esperaba por parte de un hombre. Comenzó a estudiar de forma autodidacta los clásicos : leía a Sófocles, a Tiberio, a Rousseau, y se esforzó en aprender griego, latín, hebreo y francés. Otros campos que abarcó fueron la historia natural, que le fascinó, o la geología. Siempre con las apariencias por encima de todo, ya que se trataba de intereses más propios de un hombre que de una mujer. A pesar de tener una mente culta, en las relaciones femeninas se evitaba ser una blue stocking, una marisabidilla. “Los significados que las mujeres asocian con su género y su deseo sexual se transmiten a través de la clase social, la cultura y el idioma que las rodea desde su nacimiento. Anne Lister enfrentó y transformó todos estos significados para encajar sus propias necesidades ”, cavilaba Euler en su tesis.

    Los comportamientos que se asociaban de forma normativa al género femenino (y por ende, al masculino también) son uno de los rasgos más peculiares en los textos en código de Lister. ¿El motivo? Porque reflejan su propia actitud en su relación con las mujeres que pasaron por su vida. Mantuvo un comportamiento “dominante”, de llevar la iniciativa, en todos los aspectos de su vida, desde el lecho a los negocios y la relación con sus parejas. Como explica Euler, mientras en su diario recogía las actividades consideradas “femeninas” de su esposa, Ann Walker, las suyas las enterraba en el código. Se refería a sus periodos menstruales como “my cousin” (mi primo/a), y el acto de regalar, muy común entre los círculos de mujeres del momento, también lo escondía: “He comprado a Anne y a Louise un cuchillo de madreperla, con dos cuchillas […]” escribía el 19 de diciembre de 1817.
    Pero si hay un mundo “femenino” que su visión “masculina” llevó a ocultar entre caracteres griegos y algebraicos, ese era precisamente el vinculante al vestido: “Encontrar ropa apropiada para su mala figura, con pecho plano, como describía a su propio cuerpo, resultaba difícil para Anne. Me parece que escribió en código su ropa porque describirlo normal era un tema demasiado ‘femenino ’. Era esta reticencia sobre cualquier cosa que denotase su feminidad lo que hacía esconderlo en el código ”, nos confiesa Helena Whitbread. Las propias tendencias en la moda femenina de comienzos de s. XIX tampoco ayudaban: con los años, la vestimenta fue añadiendo más detalles ñoños, con volantes, volúmenes exagerados y peinados recargados, inspirados por los de las culturas clásicas (con los rizos en la frente).

    Fuente:
    https://www.vogue.es/living/articulo..._I-VxL1gsk7HHg
    Editado por última vez por José Benito; https://www.amicsgais.org/forums/member/3-josé-benito en 4 de April, , 14:32:39.
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