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Demagogia (del griego, dmaggos, líder popular y dmos, pueblo) es una estrategia política que consiste en apelar a emociones (sentimientos, amores, odios, miedos, deseos) para ganar el apoyo popular, frecuentemente mediante el uso de la retórica y la propaganda.
La Real Academia Española define este término como la «práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular» y también como la «degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder».
También puede considerarse la demagogia como un tipo perverso de oratoria, que permite atraer hacia los intereses propios las opiniones de los demás utilizando falacias o argumentos aparentemente válidos que, sin embargo, tras un análisis de las circunstancias, pueden resultar inválidos o simplistas.
Aristóteles la señaló como la forma de gobierno corrupta contraria a la democracia; Polibio la definió como Oclocracia.
La demagogia se apoya en las masas, favoreciendo y estimulando sus ambiciones más descabelladas, los sentimientos decadentes y elementales, y las desviaciones de la real y consciente participación activa en la vida política. Esto se produce mediante fáciles e ilusorias promesas, imposibles de mantenerse, que tienden a indicar cómo los intereses colectivos de la masa popular, o de la parte más fuerte y preponderante de ella, coinciden, en realidad más allá de toda verdadera lógica de buen gobierno, con los de la comunidad nacional tomada en su conjunto.
La demagogia es ejercida por el demagogo, quien, aprovechando particulares situaciones histórico-políticas y dirigiéndolas para fines propios, excita y guía a las masas populares sometiéndolas gracias a particulares capacidades oratorias y sicológicas, a menudo instintivas, que le permiten interpretar sus temperamentos y sus exigencias más inmediatas, uniendo a esto dotes carismáticos no comunes.
En el desarrollo de la demagogia no se tiene mínimamente en cuenta, más que en forma extremadamente superficial y burda, los reales intereses del país, ni los resultados últimos a los que puede conducir con el tiempo la acción demagógica, dirigida, en cambio, más que nada a la conquista y al mantenimiento de un poder personal o de un grupo.
Con el término demagogia podemos pues referirnos a una situación política correspondiente a la descrita, pero en la que dominan las masas en movimiento y se imponen sobre el legítimo poder constituido y sobre la ley, haciendo valer sus propias demandas inmediatas e incontroladas. En este caso Polibio habla más propiamente de oclocracia (gobierno de la muchedumbre).
En la historia de las doctrinas políticas se considera que fue Aristóteles quien individualizó y definió por primera vez la demagogia, definiéndola como la “forma corrupta o degenerada de la democracia” que lleva a la institución de un gobierno tiránico de las clases inferiores o, más a menudo, de muchos o de unos que gobiernan en nombre del pueblo.
Por tanto, cuando en los gobiernos populares la ley es subordinada al capricho de muchos, surgen los demagogos que, halagando y adulando a las masas, exacerbando sus sentimientos destructivos y desviando su empeño político, consideran como “enemigos del pueblo” o de la patria a los opositores al régimen despótico instaurado, consolidando así su propio poder a través de la eliminación de toda oposición. Aristóteles define por lo tanto, al demagogo como “adulador del pueblo”.
La demagogia, según Platón y Aristóteles, puede producir (como crisis extrema de la democracia), la instauración de un régimen autoritario oligárquico o tiránico, que más frecuentemente nace de la práctica demagógica que ha eliminando así a toda oposición. En estas condiciones, los demagogos, arrogándose el derecho de interpretar los intereses de las masas como intérpretes de toda la nación, confiscan todo el poder y la representación del pueblo e instauran una tiranía o dictadura personal.
Se ha declarado, por tanto, la existencia de relaciones sadomasoquistas que gobernarían el vínculo entre el demagogo y las masas. El carácter autoritario, tampoco explicado, que como fondo los vincula a ambos, consolida esta correspondencia, por lo que hay por parte de las masas, una verdadera identificación con el líder en el momento de la exaltación individual y colectiva y, en consecuencia se produce una aceptación dócil de la sumisión.
El demagogo no necesariamente conduce a las masas a la revolución sino que las instrumentaliza para sus propios fines personales, para proceder, una vez obtenida una amplia aprobación, no ya a un proceso de democratización o de trasformación del sistema sociopolítico, sino a la instauración de un régimen autoritario, del que el demagogo sea el indiscutido y despótico jefe (Führer, Caudillo), o al acuerdo con las autoridades y las instituciones existentes con tal que éstas le reconozcan una función carismática indiscutible. De esta manera los mecanismos represivos acentúan, en lugar de disminuir, las características autoritarias del gobierno y de la sociedad, e impiden la toma de conciencia por parte de las masas.
Formas de Demagogia
Falacias: Argumentos que equivocan las relaciones lógicas entre elementos, o bien adoptan premisas evidentemente inaceptables. Para mayores detalles, ver falacia. Entre ellas se encuentran la falacia de causa falsa, el argumento circular, el argumento ad hominem, y la apelación a una autoridad irrelevante para el caso citado.
Manipulación del Significado: Las palabras, además de un sentido denotativo, tienen un sentido connotativo implícito, aportado por el contexto y conocimientos compartidos de los interlocutores, que añade ideas y opiniones, muchas veces de forma menos consciente que en su sentido denotativo. En la elección de las palabras, un discurso denotativamente neutro, puede connotar (ver connotación) significados adicionales, dependientes de su contexto y su relación con la opinión de la audiencia, o los oyentes del discurso (ver interpretación, pragmática, significado.) De esta manera, los contenidos implicados son difíciles de refutar.
Omisiones: Se presenta información incompleta, excluyendo posibles problemas, objeciones, dificultades, lo que resulta en la presentación de una realidad falseada, sin incurrir directamente en la mentira.
Redefinición del lenguaje: Mediante la eliminación progresiva o eliminación de las palabras que menoscaban su posición, intentar modificar o hacer desaparecer la forma de pensar que se opone a sus argumentos. Numerosos ejemplos de esto pueden verse en la literatura (la novela 1984 de George Orwell; El Cuento de la Criada de Margaret Atwood), pero también en la realidad y particularmente en la política.
Tácticas de despiste: Consiste en desviar la discusión desde un punto delicado para el demagogo hacia algún tema que domine o donde presente alguna ventaja con respecto a su oponente o contrincante. No se responde directamente a las preguntas ni a los desafíos.
Estadística fuera de contexto: Consiste en utilizar datos numéricos para apoyar una hipótesis o afirmación, pero que estando fuera de contexto no reflejan la realidad. Aquí también se cuenta el uso tendencioso de estadísticas, también conocido como demagogia numérica.
D emonización: Esta aproximación consiste en asociar una idea o grupo de personas con valores negativos, hasta que esa idea o grupo de personas sean vistos negativamente.
Falso dilema: También conocida como falsa dicotomía, hace referencia a una situación donde dos puntos de vista alternativos son presentados como las únicas opciones posibles. Como ejemplo tenemos el típico: "estás conmigo o contra mí". Supone una definición simplista de la realidad y de esa forma se consigue evitar la toma en consideración de las demás posibilidades.
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