No todo es lo que parece en las salas de chat gay.
David tiene 33 años y trabaja en una oficina del Estado nacional. Estuvo en pareja con un varón cinco años y medio y se separé hace uno y cinco meses. Al terminar la relación volvió a chatear en las páginas de contactos gays, el sitio por donde empezó su vida sexual allá por 2003. No había regresado allí mientras estuvo de novio.
La historia que quiere compartir empieza a gestarse a las dos semanas de estar solo. “En pocos días estaba conociendo flacos por Internet, tapando la angustia de esa forma sin darme cuenta y entrando en lo que definí luego como una calesita”, dice David. “Tuve experiencias de todo tipo y decidí volver a terapia después de una situación espantosa, de vorágine y angustia a la vez”.
Después de cada sesión, la psicóloga le pedía que escribiera un texto sobre lo que había trabajado en la terapia. Era un modo de reflexionar, de ordenar conceptos e ideas. En uno de esos escritos se explaya en su experiencia en el chat. Se ponen de manifiesto las realidades y las fantasías de un medio que acerca pero también, a veces, marea.
La fantasía de los candidatos inagotables
Por David
Chat. www.manhunt.net . ¡Qué gran sesión la de hoy! Lo que estuvo flotando en toda la conversación fue el cómo y el para qué nos vinculamos hoy, qué implicancias tiene la aparición de la virtualidad en nuestras vidas, qué entidad le damos; en síntesis, cómo establecemos nuestro sentido de realidad.
Así como señalábamos que hoy más que nunca necesitamos de la reflexión para salir de la confusión: ¿Se puede pensar, ver o sentir con claridad en medio del vértigo? ¿No es acaso la liberación de adrenalina un mecanismo del sistema nervioso para accionar intempestivamente y escapar del peligro sin pensar mucho más? ¿No resulta inevitable perder el equilibrio cuando no paramos de dar vueltas?
Todo esto viene a colación de la metáfora hoy aparecida sobre el chat como calesita irrefrenable a muy altas velocidades, que deja a todos sus pasajeros en un estado de mareo, cual zombies que han perdido la visión y la orientación y necesitan agarrarse de cualquier cosa para no caerse. Otra metáfora de esto apareció con la búsqueda de la sortija en la calesita y la insistencia en dar más y más vueltas hasta conseguirla: ¿nos acercamos o alejamos del objetivo a medida que vamos dando cada vez más vueltas?
El punto de partida es armar un “perfil”, o sea representarnos a través de fotos, descripciones, comentarios, etc. Aquí aparece ya una cuestión crítica, porque dejamos de ser nosotros para convertirnos en otra cosa, mutamos a un perfil o, para decirlo más técnicamente, nuestra identidad se desplaza de lugar: ahora somos a través del perfil, somos lo que contamos que somos, lo que mostramos que somos, lo que hacemos creer al otro que somos, fabricamos una identidad que entregamos a un otro para que la evalúe y decide si le resulta atractiva, a la vez que somos receptores de distintas identidades que también evaluamos y seleccionamos.
Un ejemplo crudo que me ocurrió de esto fue haber quedado preso de las fotos. Me explico: en enero de 2012 había estado yendo al gimnasio todos los días, me saqué fotos y mí cuerpo se veía fantástico. Luego dejé de ir unos días y me empecé a ver más flaco, lógicamente, respecto de aquellas fotos, lo que me hizo sentir mal por estar “vendiendo” con las fotos algo que ya no era tan real. ¿Qué impulso apareció entonces? Retomar con fuerza el gym para alinear la realidad a las fotos publicadas en el perfil. Las fotos me obligaban a estar en línea con ellas. ¿No es una locura?
¿Podemos pretender evitar la cosificación cuando nos volvemos perfiles que buscan otros perfiles? ¿No nos transformamos en consumidores de productos (perfiles), con un poder de compra dado por lo atractivo de nuestra creación virtual (lomo, cara, barrio, actividad, edad, pija, simpatía, etc.) que recorremos la página haciendo ofertas como en mercado libre cuando nos interesa algo y recibiendo propuestas también de otros participantes? ¿Cuán real es el producto que vemos y nos gusta? ¿Y cuánto de verdad y cuánto de fantasía hay en lo que el otro ve de nosotros a través de la virtualidad?
Recuerdo por ejemplo a Juan Manuel que, aunque interactuaba vía webcam, no podía mirarme a la cara cuando me tenía enfrente; o a Christian, que era súper desenvuelto vía chat y tímido en la realidad. Esto me devuelve a la pregunta original: ¿Por dónde termina pasando nuestro sentido de realidad? ¿Terminamos aceptando como real al producto virtual? Yo, en muchos casos, debo admitir que así lo hice y, por eso, terminé viviendo situaciones espantosas como dormir con este pibe que no podía mirar a la gente a la cara, según sus propias palabras.
Hoy cuando salí de sesión tuve la siguiente imagen de la calesita: unos empujándonos con otros para poder acceder al que está detrás, como diciéndonos “corréte que no me dejás llegar a Pedro, me lo estás tapando”, cuando finalmente Pedro es un fantasma, un espejismo.
Fuente:Realidades y fantasías en un chat gay
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