Y mañana: ¿Quién se paseó el ‘Día D’ por las playas de Normandía tocando la gaita bajo el fuego alemán?
Contrariado porque se decía de él que no sabía hacer desnudos, Fray Bartolomeo pintó para la iglesia de San Marco de Florencia un retablo con la figura de San Sebastián, un hermoso joven atado a un árbol, el cuerpo atravesado por flechas y cubierto únicamente por un taparrabos, que el clero corrió a ocultar de la vista cuando supo, a través del confesionario, que demasiadas mujeres “habían pecado al verlo”.
La historia, relatada por Vasari, no responde desde luego a la pregunta, pero ilustra el momento en que los pintores del Renacimiento fijaron en multitud de representaciones la iconografía del mártir, que no era joven ni atlético, sino un capitán de la Guardia Pretoriana corpulento y de mediana edad, condenado a muerte por el emperador Diocleciano por tratar de convertir a los romanos al cristianismo. Las manos atadas por encima de la cabeza a un árbol, la carne perforada y los ojos llorosos mirando al cielo, parece que estemos viendo sus últimos momentos.
Pero la clave es que no muere. Su historia continúa. Cuando las mujeres cristianas fueron a rescatarlo, lo encontraron con vida y lo cuidaron hasta que recuperó la salud. Luego volvió a presentarse ante su torturador para reprocharle su paganismo. Sin conmoverse por su tenacidad, el emperador ordenó su lapidación y el cuerpo fue arrojado a la Cloaca Máxima de Roma.
Sin embargo, en una Europa devastada por la peste negra, la muerte de San Sebastián interesaba menos que su experiencia como superviviente al martirio, y su imagen fue venerada en multitud de iglesias como un santo protector. Pero, ¿cuándo saltó de las estampas religiosas a las portadas de las revistas gay? En su ensayo Losing his religion, el escritor Richard A. Kaye sitúa la conversión de San Sebastián en icono de la cultura homosexual a finales del siglo XIX.
“Los hombres gais vieron inmediatamente en Sebastián un anuncio conmovedor del deseo homosexual (de hecho, un ideal homoerótico) y un retrato prototípico de un hombre en el armario torturado”.
Un pionero en la erotización del mártir fue Oscar Wildequien, en 1877, tras ver el El martirio de San Sebastián de Guido Reni en el Palazzo Rosso de Génova, lo describirá en un soneto como “un niño castaño encantador, con el cabello crujiente y los labios rojos…”.
Una fotografía de esta misma pintura de Reni (el pintor barroco le dedicó nada menos que siete) es la que, según desveló el escritor japonés Yukio Mishima en sus Confesiones de una máscara , le provocó su primera eyaculación y lo inició en su”mal hábito” de la masturbación. Muchos años después, él mismo se fotografiaría como San Sebastián, en cuyo martirio vio el placer erótico del dolor.
Y en vísperas de otra peste, en este caso la del sida, Derek Jarman le dedicó su primer largometraje, Sebastiane. Susan Sontag nos regaló una lúcida observación: su rostro no registra la agonía física, su belleza y su dolor están eternamente divorciados el uno del otro.
Fuente: https://www.revistazero.es/por-que-s...-un-icono-gay/