Cuando decidí escribir estas líneas sobre lo que significa ser lesbiana en
Nicaragua, pensé que yo estaba en una posición “privilegiada” para hacerlo.
Porque por un lado: vivo sola, en una zona que --hasta el momento-- ha
sido agradable, tengo trabajo, vehículo, no tengo que darle cuentas a nadie
de dónde estoy, a qué hora vuelvo y con quién estoy; he podido --hasta el
momento-- solucionar alguno que otro problema de salud… entre otras cosas.
Soy digamos, independiente. Y cuando salí del llamado clóset, “nadie se
infartó, nadie se murió, nadie colapsó”, como decíamos Las Hijas del Maíz.
Mi familia estaba lejos y al menos de quienes me importaba muchísimo su
opinión, se lo tomaron con una calma sorprendente: fueron de lo más
respetuosas y se portaron en realidad espectaculares. Mi mamá estaba lejos
y para no angustiarla o preocuparla no se lo dije en su momento, claro que
se enteró después… mucho tiempo después; sin embargo, su reacción fue
también espectacular. Me di cuenta que había sido más terrible encerrarme
en mi propio clóset creyendo que la iba a dañar, que la molestia que le
ocasionó enterarse por otra persona y no por su propia hija a quien quiere
tanto, como ella misma me lo dijo.
Sin embargo, esta realidad es mía. Puede ser que una situación como la
mía o similar, la tenga más de una. Pero no es así para muchas lesbianas
que he conocido en Nicaragua de las más diversas procedencias.
Las realidades de otras lesbianas nos dicen: que no tienen un trabajo fijo
que les permita independizarse; que han padecido discriminación en los
centros de salud; que han decidido tener hijos/as y/o casarse, para
demostrarles a sus familias que son “verdaderas mujeres”; que han recibido
palizas porque sus padres o madres prefieren tener en sus familias “putas”
antes que tener una “cochona”; que hablan de su pareja como su amiga
cercana… cercanísima o como su prima; que se visten como no quieren hacerlo, “porque es mejor así para que nadie sospeche que soy lesbiana”; que tienen
que soportar preguntas como “quién es el hombre en esa relación”; o “cómo
es que eres tan bonita y eres lesbiana”; que no pueden compartir con sus
familias eventos importantes, porque en esos eventos vendrán cientos de
preguntas inquisidoras como: para cuándo te nos casas, para cuándo un nieto,
cuándo nos presentas a tu novio, cómo me dijiste que se llama tu novio, y
otras por el estilo; o que han tenido que enfrentar comentarios como “te voy
a hacer sentir mujer otra vez” o “lo que le hace falta es un buen hombre que la componga”, que en realidad son una abierta
amenaza de violación y en el peor de los casos, las que han vivido en carne
propia el cumplimiento de esa amenaza. Aún hoy en pleno siglo XXI, hay
muchas mujeres que quisieran dinamitar los clósets y estar seguras que al
hacerlo no estarán poniendo en riesgo su propia integridad.
Esta lista la podría hacer más grande, no la he inventado yo. Son experiencias
que he escuchado a lo largo de los últimos años en que me he vinculado más
con lesbianas activistas y no activistas, jóvenes y no tan jóvenes, de Managua
y del interior del país y de más allá de nuestras fronteras. Y son en realidad
una muestra del daño que hace la discriminación a la vida de miles de mujeres
y de lo lejos que estamos de tener una sociedad respetuosa de las diferencias.
Activista feminista, integrante del programa feminista La Corriente y
del grupo de teatro Las Hijas del Maíz.
Fuente: Elnuevodiario.com.ni