Así pues, en adelante, los gays y las lesbianas podemos seguir este cómodo método y aparcar nuestra identidad cada vez que nos encontremos ante una situación donde la estrechez mental de alguien pueda verse ofendida.
Cuando queramos un ascenso, cuando pensemos en adoptar, cuando deseemos destacar en tal o cual profesión, cuando nos encontremos en ciertos locales o entornos… En definitiva, deberían proporcionarnos un manual -o, ya puestos, una app para nuestros smartphones- donde quede claro en qué momentos hemos de colocar nuestra homosexualidad en stand by.
La petición de nuestro abanderado es, lamentablemente, un lugar común. Si solo fuera la olímpica metedura de pata de alguien muy joven, hasta podría verse como una simple anécdota, pero responde a algo muy acendrado y, peor aún, asumido incluso por la comunidad LGTB.
Es mejor ser discreto. La sexualidad de cada cual no hay por qué explicitarla: pertenece a nuestra identidad. No hay que provocar. Es normal que ciertas personas no vean nuestra forma de relacionarnos como normal. Es más sensato que no se note. La pluma es molesta… Y así podríamos continuar hasta completar todo un magnífico catálogo de propuestas de armarización y autocensura que nos llevan al mismo lodo del que ha costado muchas generaciones y luchas salir: el ostracismo y la marginalidad.
Así que no, por supuesto, que no me corto. Que doy la mano a mi chico cuando me place. Y me beso con él cuando me place. Y expreso mi condición cuando me place. Exactamente igual que espero que haga todo el mundo a mi alrededor. Porque no hay nada más hermoso y más natural que el deseo, ya venga desde el amor, ya solo desde el sexo. Qué más da. De momento, no he encontrado imagen más bella que la de dos cuerpos -hombre y hombre, mujer y mujer, mujer y hombre- que se entrelazan. Y la belleza -como la libertad- no admite cortapisas.
De ningún tipo
Sobre el autor del artículo:
Fernando J. López (Barcelona, 1977).
Novelista, dramaturgo, profesor y colaborador habitual de medios como Culturamas o el periódico Escuela. Fue finalista del Premio Nadal por La edad de la ira, de nuevo de actualidad tras su reedición en Booket Planeta, a la que siguieron Las vidas que inventamos (Espasa), La inmortalidad del cangrejo (Baile del Sol) y El reino de las Tres Lunas (Alfaguara). En su producción teatral destacan obras como Tour de force (Antígona) o Cuando fuimos dos (Ñaque), actualmente de gira tras tres temporadas consecutivas en Madrid.
Su foto.
Fuente:No te cortes