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El auge del turismo gay dispara la oferta de prostitución masculina

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    El auge del turismo gay dispara la oferta de prostitución masculina

    1. • Los mil jóvenes que ofrecen servicios sexuales en Barcelona bajan los precios a causa de la crisis
    2. • La mayoría son brasileños de entre 20 y 25 años de edad, y seis de cada 10 clientes son españoles




    SARA GONZÁLEZ
    BARCELONA
    e s un colectivo invisible, eclipsado totalmente por el sector femenino que se dedica al sexo de pago. La consolidación de Barcelona como uno de los principales destinos turísticos gais del mundo ha propiciado que en los últimos años haya aumentado la cantidad de homosexuales que se dedican a la prostitución. El perfil mayoritario es el de un chico brasileño gay de entre 20 y 25 años que, tras no encontrar un empleo por falta de papeles o por estar trabajando por un sueldo con el que no llega a final de mes, ha podido esquivar las dificultades económicas gracias a la creciente demanda del sexo de pago homosexual. Sin embargo, hay otros que, en vista de la pujanza de este rentable mercado, emigran a la capital catalana con el claro propósito de prostituirse.
    Aunque pasan desapercibidos porque no suelen ejercer en la calle, en Barcelona hay cerca de un millar de chaperos. Esta es la estimación que hace la asociación Stop Sida, que trabaja para prevenir las enfermedades de transmisión sexual en el colectivo. Según los datos de los más de 350 atendidos, nueve de cada 10 prostitutos son inmigrantes y, de ellos, más del 60% son brasileños. El resto proceden, sobre todo, de otros países latinoamericanos y de Europa del Este, que durante el año pasado incrementaron notablemente su presencia en la ciudad. En cuanto a los clientes, seis de cada 10 son españoles. Franceses e italianos son los extranjeros que más solicitan este tipo de servicios.

    A MITAD DE PRECIO / «En los últimos tres años y ahora, con la crisis, ha aumentado la cantidad de chicos que se dedican a la prostitución. Se ve claramente en las saunas y en los locales de ambiente gay», afirma José Benito, presidente del Grup d’Amics Gais, Lesbianes, Transsexuals i Bisexuals (GAG). La recesión económica también hace estragos en este sector. Por un lado, favorece que jóvenes que se quedan en el paro se sumen al mercado del sexo de pago. Esto significa que hay más trabajadores sexuales para una clientela que, en los tiempos que corren, tiene que apretarse el cinturón. Bajar los precios es la única solución para poder sobrevivir. «Antes se cobraba entre 70 y 90 euros por media hora, pero ahora, con la crisis, estos son los precios que cobramos por una hora entera», explica Miguel Smith, un brasileño de 33 años.
    La prostitución masculina homosexual tiene unas reglas de juego particulares. No es fácil identificar a un chapero porque no suelen estar ni en las carreteras ni en la Rambla. Se disputan a sus clientes en las saunas y locales gais, donde pasan desapercibidos si no aclaran que ofrecen sexo de pago. Otros están en agencias y muchos utilizan, cada vez más, los anuncios y los chats de internet.
    Solo una cantidad marginal sigue captando clientes en determinadas cafeterías de la Rambla, como se hacía en los años 50 y 60. Por entonces, el perfil del prostituto era distinto. Muchos de ellos eran jóvenes españoles que habían emigrado de las zonas rurales a las ciudades para vivir más anónimamente su homosexualidad y ganar dinero para sobrevivir. Apenas hace unos 15 años que los inmigrantes extranjeros coparon el mercado homosexual de la prostitución.

    EDUCACIÓN SEXUAL / Inmigrantes, homosexuales y, además, prostitutos. La asociación Stop Sida es consciente de la vulnerabilidad del colectivo. Desde 1998 esta entidad recorre las saunas de Barcelona ofreciendo a estos hombres asesoramiento y un espacio de formación y diálogo. Evitar las enfermedades de transmisión sexual, como el sida, es uno de los principales objetivos. De hecho, este año han puesto en marcha una campaña que pretende dar a conocer a los chaperos como un sector que ofrece sexo de pago seguro. «La prostitución en general vive una situación hipócrita. Hay clientes, hay servicio y legislación para poner un local. Pero nada regula a los trabajadores», afirma Luis Villegas, coordinador de Stop Sida.

    “Se gana bastante más que con un trabajo normal”


    Foto: JOAN CORTADELLAS


    EL PERIÓDICO
    BARCELONA
    Lo tenía claro: quería tener una vida mejor fuera como fuera. Miguel Smith, de 33 años, ya ejercía la prostitución homosexual en Brasil, su país natal. Llegó a Barcelona en el 2001 y empezó a trabajar como camarero. Gracias a ello pudo regularizar su situación, pero con su sueldo no llegaba a final de mes, así que siguió prostituyéndose. Ahora esta es su principal fuente de ingresos porque se quedó en el paro hace unos meses.
    «Mi familia sabe a qué me dedico y me apoya. Siempre he tenido un libro abierto con mi madre», asegura Miguel. Sin embargo, reconoce que su actividad supone una barrera para encontrar trabajo o evitar discriminaciones en su entorno. El joven brasileño capta a sus clientes en las saunas. «A veces te sientes inseguro. Entras en un coche y no sabes si volverás sano y salvo», explica Miguel, que en más de una ocasión se ha llevado un susto.
    El colectivo de chaperos es muy móvil y Miguel da fe de ello. Ha recorrido toda España ejerciendo la prostitución. «Se gana bastante más dinero que con un trabajo normal. Como camarero, trabajaba más horas que mis compañeros y cobraba menos por ser extranjero», afirma.
    “Al llegar busqué empleo, pero me pilló la recesión”

    Foto: JOAN PUIG
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    EL PERIÓDICO
    BARCELONA
    No quería trabajar de prostituto, pero no tuvo más remedio. Eso dice Ricardo Tobler, un joven brasileño gay de 32 años que llegó hace apenas dos años a la capital catalana. En su país trabajaba como auxiliar de enfermería, profesión para la que estudió. «Al llegar a Barcelona, hice lo que pude para encontrar otro trabajo, pero me pilló la crisis». Solo, sin trabajo y sin papeles, la salida fue utilizar internet para contactar con clientes dispuestos a pagarle a cambio de sexo.
    «Mi familia, que está en Brasil, cree que trabajo de camarero», cuenta Ricardo. Ahora, con un poco de suerte, empezará a trabajar fregando platos en un restaurante. «Si consigo el trabajo, reduciré mi dedicación a la prostitución», dice el brasileño, que reconoce que ha tenido que bajar los precios en los últimos meses a causa de la crisis.
    Tanto Ricardo como sus compañeros han encontrado en la asociación Stop Sida un espacio de diálogo para hablar de las necesidades y reivindicaciones del sector. Como en el caso de las prostitutas, exigen que se regularice el sexo de pago para tener derechos laborales y tener armas contra los clientes que les agreden o se van sin pagar.
Trabajando...
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