Sucede que algunas veces nos quedamos sin palabras. Con las sorpresas, con las fuertes emociones, se vuelve más difícil saber qué contestar. Cuando nos dicen “te quiero”, cuando nos amenazan. Cuando un viernes por la noche nos enteramos de que en La Coruña han asesinado a un joven de 24 años, Samuel Luiz.
Al principio no me lo creía. Tenía que haber una explicación más lógica. Parecía imposible que en 2021 en nuestro país aún pudiera quedar alguien que agrediera a otra persona hasta el punto de quitarle la vida con la única motivación de su orientación sexual. Pero pasaban las horas y, ya en medio de la gran manifestación del Orgullo, no quedaba duda alguna.
Una palabra se convirtió en la clave de bóveda para comprenderlo todo. No se trataba una agresión cualquiera, no tenía nada que ver con un malentendido en medio de una videollamada, tampoco era un asunto de drogas. No. Todo había empezado al grito de “maricón”.
Sucede que algunas veces las palabras se dan la vuelta. A veces una amenaza no provoca el más temeroso de los silencios. A veces, solo algunas veces, nos cansamos de quedarnos callados. Y nos volvemos valientes. Y respondemos. Samuel se negó a agachar la cabeza.”
No iba a permitir que nadie fastidiara su noche. Lo estaba pasando bien, rodeado de amigas, y ningún gamberro tenía derecho a insultarle. Respondió con un “¿maricón de qué?”, sin saber que aquel hombre no era un simple alborotador, sin saber que aquel hombre era un asesino. Su asesino.
Lo mataron cuando estaba intentando ser feliz, cuando decidió no someterse a la ley homófoba del silencio. Lo mataron por ser quien era, por sentirse lo suficientemente a gusto con su identidad como para no amedrentarse ante un insulto que se sumaba a otros tantos, a lo largo de tantos años. Lo mataron: dejó para siempre de ser quien era.
“No será fácil olvidarte, Samuel. Tu asesinato ha sido la gota que ha colmado el vaso de nuestra paciencia”
Tampoco volvería a la residencia de la fundación donde se enfrentó a lo más duro de la pandemia. Ni volvería a la congregación donde intentaba aunar su fe y su sexualidad. No terminaría jamás sus estudios para ser protésico dental y mejorar su forma de vida. Lo mataron y nunca podría convertirse en quien quería llegar a ser. Lo mataron y nos recordaron que cualquiera, en cualquier momento, puede ser la siguiente víctima.
Sucede que algunas veces, también, las palabras nos obligan a ponernos en marcha. Más allá de los imperativos y las fórmulas de cortesía, algunas frases tienen el extraño poder de señalarnos un camino que debemos recorrer. “¿Maricón de qué?” pasó de la boca de Samuel a nuestras pancartas. Con ellas nos dimos cita en todas las ciudades.
Las concentraciones se sucedían mientras íbamos conociendo más detalles sobre lo que había ocurrido, mientras reclamábamos que, de una vez por todas, se aprueben las leyes que ayuden a refrenar la escalada de la intolerancia. Mientras exigíamos el fin de la violencia y los de siempre, sus cómplices, cometían la ignominiosa osadía de poner en duda las motivaciones de tu asesinato.
No será fácil olvidarte, Samuel. Quiero pensar que tu asesinato ha sido la gota que ha colmado el vaso de nuestra paciencia, que a partir de ahora no pasaremos ni una. Que vamos a defender con más fuerza que nunca nuestras ideas, que nuestra reivindicación será imparable. Que nadie se atreverá a poner en duda los principios de nuestro movimiento.
Quiero pensar que hay un antes y un después de tu muerte. Espero no equivocarme. Sé, con seguridad, que no será fácil olvidarte, Samuel, y sé que trabajaremos duro para que nadie lo haga. Tienes mi palabra, todas mis palabras.
Fuente: https://shangay.com/2022/01/04/samuel-luiz-maricon-lgtbifobia-asesinato-memoria/