No habrá gobierno de izquierdas en Navarra. No habrá cambio. Ni tan siquiera elecciones anticipadas. Zapatero ha hablado, o peor aún, ha dejado hacer y hablar a José Blanco, y éste ha decretado que el PSN no debe pactar con Izquierda Unida y Nafarroa Bai en Navarra. “En este contexto debe gobernar la lista más votada” aseguran desde Ferraz.
Desde una óptica de izquierdas, no se puede negar que la decisión del PSOE causa estupor y frustración. Es lógico, puesto que cualquier partido político de izquierdas, no sólo aspira a gobernar sino que se siente en la obligación de hacerlo, para lograr transformaciones sociales que colmen las aspiraciones de los ciudadanos -especialmente los que le votaron, más aun si en campaña se agitó la bandera del cambio-. Al margen de la procedencia de los diferentes integrantes de la coalición Nafarroa Bai, y especialmente de su dirigente, Patxi Zabaleta, hay elementos que resultaban claros en el acuerdo de gobierno: la aceptación del nacionalismo vasco de la plena soberanía navarra -PNV y EA han asumido que Navarra será lo que los navarros quieren que sea, y no lo que el Lehendakari vasco quiere que sea- y el abandono de posiciones “radicales”, la presencia de Izquierda Unida para garantizar un rumbo claramente de izquierdas, y la delegación del liderazgo de gobierno en el PSOE navarro a fin de garantizar equilibrio, estabilidad y una relación fluida con “Madrid”, elemento sin duda imprescindible, en la coyuntura actual.
Zapatero aseguró en el Debate del Estado de la Nación que el cambio había triunfado en Navarra. No le faltaba razón. Por fin había caído la mayoría absoluta de la versión más radical, neofranquista e inmovilista del Partido Popular: la UPN. Partiendo de esa base, los tres partidos, no sin dificultades llegaron a un acuerdo en el que unos (Nafarroa Bai, entregando la presidencia al PSOE),han cedido mucho más que otros.
Y en estas estábamos hasta que a la Ejecutiva Federal Socialilista le ha entrado, como suele ser habitual, el tembleque, el miedo a la derecha y la obsesión por una estrategia en la que la izquierda siempre es subsidiaria a la necesidad de ganar, o mejor dicho de gobernar -en Madrid, claro está-.
Zapatero comenzó la legislatura anunciando que el poder no le haría cambiar. En dos meses había retirado las tropas de Irak y había llenado su agenda de importantes medidas sociales (ley de igualdad y de dependencia), reforma de derechos civiles (bodas gays, ley de identidad de género), y había paralizado el Plan Hidrológico Nacional aprobado por Aznar. Eran los principios éticos de un Zapatero aplaudido por jóvenes y mayores, crecido ante un triunfo inesperado, apoyado la izquierda o mejor dicho, por todo aquello que no fuera el PP.
Y quizás ahí ha estado la clave. De los principios éticos y de izquierdas Zapatero ha ido virando su política en base a posiciones tacticistas en la que le ha valido el apoyo de cualquiera, cosa que no le ha resultado difícil, a tenor de las posiciones ultramontanas del PP.
La reforma fiscal pactada con los nacionalistas moderados ha contentado a la derecha, las políticas económicas de Solbes son tan aplaudidas por la derecha que hasta el PP ha tenido que rescatar a Rodrigo Rato. Moratinos no sabe si va o viene, las tropas abandonaron Irak para acampar en Afganistán, y la política educativa se ha limitado a maquillar las reformas de Pilar del Castillo criticadas entonces por ZP detrás de una Pancarta.
Por miedo al PP y a la derecha mediática, Zapatero ha frustrado un gobierno de cambio en Navarra. Por miedo al PSOE Catalán, Zapatero cedió cuando lo que le hubiera gustado era un pacto con CIU. Por ansia de poder, entregó a un partido regionalista cántabro en 2003, el poder, cuándo éstos tenían la mitad de votos que ellos. Y si hoy los papeles del archivo duermen en Cataluña no es por los principios de ZP sino por la presión de Carod Rovira. Porque si en Salamanca hubieran primado los principios de izquierdas, ni un solo papel habría salido del Archivo sin estar abierto antes el Centro de la Memoria.
Decía Marx (Groucho) que “si no le gustan mis principios, tengo otros”. Algo parecido ha debido pensar ZP, al que no sabemos si el poder, o la presión de la derecha, le han obligado a cambiar los principios por la táctica .
Publicado por Gorka Esparza en el Adelanto de Salamanca