Un inodoro automático de $250,000 para la playa de Fort Lauderdale destapó días atrás todo una cloaca de intolerancia. Muy maloliente, por cierto, en estos tiempos de recortes presupuestarios.
Declaraciones prejuiciadas del alcalde de esa ciudad, Jim Naugle, han contaminado el pluralismo del sur de la Florida, recordando a las minorías que debemos estar atentos ante la posible xenofobia. Hoy puede ser contra un grupo en particular, pero mañana...
Naugle propuso la compra del moderno inodoro para prevenir la ''actividad homosexual'' en los baños públicos. Usó la palabra homosexual en vez de gay --que en inglés significa alegre-- porque en su opinión, los homosexuales ''son infelices''. Y para coronar su homofobia, fustigó a las autoridades turísticas por atraer visitantes gays, culpándolos de la incidencia de infecciones del Virus de Inmunodeficiencia Humano (VIH) en el condado de Broward.
El uso de estereotipos incendiarios ha suscitado protestas en las calles, y esta semana una coalición de 16 organizaciones nacionales de derechos humanos urgió a la Comisión de Broward a repudiar esos comentarios.
Alcalde, en vez de dañar la imagen internacional de una ciudad progresista y cosmopolita donde el año pasado los viajeros gays gastaron $1,000 millones según la Oficina de Turismo, enfóquese en problemas más reales como la vivienda, el delito y los desamparados. Y la próxima vez que vaya a difamar, al menos haga su tarea primero e investigue.
Naugle sostiene que el contacto sexual en los baños públicos es rampante, pero desde el 2005, la policía de Fort Lauderdale ha arrestado solamente a dos personas. Por otra parte, las estadísticas del Departamento de Salud de Broward señalan que las nuevas infecciones de VIH entre hombres que tienen sexo con hombres disminuyeron 19 por ciento en el 2006, mientras que los nuevos diagnósticos de heterosexuales con el virus subieron 16 por ciento.
''Es casi inimaginable que el alcalde de cualquier ciudad grande --sin decir de una con una comunidad LGBT [lésbica, gay, bisexual y transexual] tan numerosa-- diría cosas tan deplorables y difamatorias'', afirmó Clarence Patton, la directora ejecutiva de la Asociación Nacional de Programas Contra la Violencia. ``Más allá de avergonzar a Fort Lauderdale y a Broward, las palabras del alcalde Naugle son las típicas que incentivan la discriminación y la violencia''.
Precisamente, de eso versa esta controversia. No se trata de lascivia en los baños o los chivos expiatorios para excusar el fracaso del mensaje preventivo en el sexo. Más bien es la invitación a los portadores del virus del odio a justificarse y a responder homofóbicamente. Naugle tiene libertad de pensamiento, pero como autoridad no debe promover el desprecio hacia los seres humanos.
Es un tema muy parecido a lo que actualmente sucede con el debate inmigratorio. Varios políticos de ultraderecha, secundados por comentaristas muy venerados, han culpado a los indocumentados de los altos gastos en los servicios médicos y educacionales de la nación, invitando así a grupos armados en ciertas comunidades a estar vigilantes para servir de alcahuetes a la Patrulla Fronteriza.
La homofobia persistirá en individuos intransigentes como Naugle y el ex empleado del aeropuerto de Fort Lauderdale que hace unos meses leyó por el micrófono central pasajes del Levítico condenando a muerte al hombre que se acuesta con un hombre. Pero en el sur de la Florida, donde una mayoría nos esforzamos por vivir con armonía y respeto mutuo sin distinguir entre razas, nacionalidades, credos o preferencias sexuales, estos brotes de homofobia hay que echarlos cuanto antes por el retrete