Deseosa de sacudirse el legado soviético y de plegarse a los estándares de la UE, Lituania se esfuerza por integrar a sus minorías. También las sexuales. Prensa, Iglesia y opinión pública arrastran los zapatos.
Desfile del Orgullo Gay de 2003 en Ámsterdam, un espectáculo inimaginable a orillas del Báltico (Foto, swisskiltbear/flickr)
Vilnius. Temperatura exterior nocturna: -30º. Al fondo de un patio trasero sombrío y lúgubre, un tubo de neón brilla débilmente en el segundo piso de un inmueble. “Aquí es.” Eduardo Platovas señala con el dedo la ventana. Ni placa, ni signo aparente distinguen éste apartamento de los demás. Anonimato garantizado en hormigón armado.
Una vez al mes, los miembros de la comunidad homosexual de Vilnius, y de todo el país, se encuentran aquí, en la sede de la Lithuanian Gay league (LGL), para discutir de sus problemas con toda discreción. Los muros están pintados de amarillo chillón y hay algunos ordenadores diseminados por la sala. Esta noche, una quincena de personas asisten a una conferencia sobre homofobia, impartida por un profesor de la universidad Vytautas Magnus de Kaunas. Algunas imágenes desfilan sobre una pantalla, al ritmo del tic-tac incesante de un reloj. Encima de la chimenea encontramos la bandera multicolor del orgullo gay.
“En Lituania, los homosexuales tienen la costumbre de callar”, suelta Virginija, de 25 años, una de las asistentes al debate. “No hay sentimiento de pertenencia a una comunidad, porque nadie cree que la situación pueda cambiar”.
¿La situación? En éste pequeño Estado báltico, los gays siguen siendo una minoría invisible expuesta a las discriminaciones. Según una encuesta de la LGL con fecha de 2003, el 68% de los lituanos preferiría tener a un vecino camello antes que a un homosexual. Entre estos últimos, dos tercios temen desvelar su orientación sexual a su familia, y el 89% se muestra espantado ante la idea de que su jefe descubra sus preferencias.
Vivir escondido
Por lo que parece, el comunismo ha dejado su huella: en tiempos de Stalin, el sexo “no existía” y las relaciones entre personas del mismo género estaban castigadas como delito. Desde 1993, bajo la presión de Bruselas, Lituania flexibilizó su legislación. El gobierno muestra ahora su voluntad de combatir las discriminaciones. Un programa nacional de protección de las minorías fue puesto en marcha en 2003, y un mediador para la igualdad de oportunidades ha sido nombrado. La UE acaba de otorgar una partida de 150.000 euros para una serie de proyectos bautizados “Equal”, cuyo objetivo es integrar a las minorías en 2007. ¿Cuestión de tener buena conciencia?
“Claro está, los homosexuales no son maltratados, agredidos o arrastrados por las calles”, admite Mindaugas, el consejero legal de la asociación “Tolerant Youth Association” (TYA). “Sin embargo, las leyes que tienen por objeto proteger a las minorías sexuales no se aplican.” Es difícil, en efecto, lograr que se respeten unas medidas adoptadas en los trastornos de la post-transición y en contra de la opinión pública del momento.
“Nuestros políticos no se han atrevido a decir nada sobre la homosexualidad para no comprometer el proceso de integración europea”, añade Vladimir Simonko, uno de los fundadores de la LGL. “Pero una vez dentro del club, ya nadie duda en predicar un retorno a los valores tradicionales.” Según un sondeo publicado hace poco por el diario Reppublika, 100 diputados de los 140 de la Seimas, consideran la homosexualidad como una perversión. “¿Tolerar la homosexualidad? ¿Y por qué no aceptar la zoofilia también?”, habría llegado a declarar el parlamentario conservador Kazys Bobelis.
“Capones” y conservadores</B>
A pesar de ello, Lituania no es el único país confrontado a un discurso retrógrado por parte de las autoridades. Entre las salidas de tono homófobas de los hermanos Kazcinsky en Varsovia, y los disturbios causados durante la Love Parade letona en el verano de 2006, cuando activistas de extrema derecha lanzaron huevos y excrementos sobre los manifestantes, los gays de las riberas del Báltico están lejos de ver la vida de color de rosa.
Para empeorar las cosas, la prensa local, compuesta principalmente por tabloides, multiplica las alusiones homófobas y los insultos escandalosos. Así, “capón” [vištgaidis] es el apodo abiertamente empleado desde las páginas del diario Vakaro zinios para designar a los homosexuales.
En cuanto a la Iglesia, con su aureola de “resistente” durante la era soviética, ve cómo su influencia se acrecienta sobre la clase política y sobre una población católica al 80%, en detrimento de cierta tolerancia. “Existe también en Lituania una especie de parálisis cultural”, reconoce el sociólogo Arnoldas Zdanevicius. “Los gays no logran salir del armario. Ninguna personalidad de primera plana ha dado nunca ejemplo, admitiendo en público su homosexualidad.” Apenas uno de los diseñadores más conocidos del país acaba de atreverse a mencionar en una entrevista una “orientación sexual cósmica”.
Gay de fin de semana
¿No estaríamos ante una falta de implicación por parte de la propia comunidad gay? “Tengo la impresión de que la mayoría de los homosexuales sólo quiere irse de fiesta”, retoma serenamente Virginija. “Ni hablar de un compromiso ideológico.” Porque en un país “tan provinciano”, todo se sabe muy rápido, demasiado rápido.
En la “Men’s factory”, el club gay abierto desde hace dos años en Vilnius por el ruso Alekseï Terenteï, los falos de cartón piedra brotan de las esquinas, los cuartos oscuros florecen y una ducha emana del centro de la pista de baile. ¿Cuál es la tarifa para divertirse a lo grande en esta fábrica de armas reconvertida en sala de fiestas? 40 litas [o sea, 20 euros]. Un precio caro que no impide la afluencia de unos 500 aficionados cada fin de semana, sin contar con las apariciones de famosetes rusos que “adoran el lugar”, según el propietario.
Rubio oxigenado de musculatura prominente, Terenteï se enorgullece de ser “el único homosexual oficial en Lituania”, antes de precisar “haber luchado sin descanso contra las instituciones o la policía” para afirmar su identidad. A su juicio, un garito como la “Men’s factory” hace más por la causa gay que todas las instituciones antidiscriminación del país. “Las asociaciones obtienen subvenciones, pero ¿dónde está el resultado tangible de su acción?”, lanza con una pizca de provocación.
Campañas de sensibilización, seminarios o debates son ciertamente organizados por la Lithuanian Gay League. Incluso la conferencia anual de la Asociación Internacional de los Gays y Lesbianas (ILGA) tendrá lugar en octubre de 2007 en Vilnius. A pesar de ello, los homosexuales lituanos siguen rechazando el movilizarse de forma demasiado ruidosa o el ser un “kamikaze”. Traducción: salir del armario.
“Hay una atomización de la comunidad gay y demasiadas divergencias entre los principales grupos de defensa de las minorías sexuales”, apunta Mindaugas. Como consecuencia, sus intereses están mal o poco representados. “Hace más de diez años que tratamos de defender los derechos de los gays y los cambios apenas se perciben: tal vez éramos demasiado idealistas”, se justifica suspirando Platovas, presidente de la LGL. “Las generaciones jóvenes no se interesan por los Derechos Humanos sino por el negocio.”