JUAN VICENTE BOO CORRESPONSAL ROMA.
En su balance del año 2006, presentado ayer en la audiencia navideña a la Curia Romana, el Papa destacó su viaje a Valencia y lamentó «las nuevas formas jurídicas que relativizan el matrimonio», llegando «a relativizar la diferencia de sexos». En esas leyes, según Benedicto XVI, resulta indiferente «que se unan un hombre y una mujer, o dos personas del mismo sexo, lo cual confirma tácitamente las funestas teorías que quitan relevancia a la masculinidad o la feminidad de la persona humana, como si fuese un hecho meramente biológico». El Papa dedicó la quinta parte de su mensaje a un análisis sobre los problemas afrontados en julio en el Encuentro Mundial de las Familias en Valencia, como el desastre demográfico de «una Europa que aparentemente no quiere tener hijos, que parece cansada, es mas, que parece desear retirarse de la historia».
Junto al síndrome de desaliento de Europa, Benedicto XVI abordó el problema de las leyes de matrimonio homosexual pues suponen «una devaluación de la corporeidad», y la persona, al querer independizarse de su cuerpo, de su «esfera biológica, termina por destruirse a si misma».
Cortar las mordazas
El Santo Padre invitó a cortar las mordazas pues «si nos dicen que la Iglesia no debería entrometerse en estos asuntos, debemos responder: ¿Acaso el hombre no nos interesa? ¿No es acaso nuestro deber alzar la voz para defender al hombre, que es imagen de Dios precisamente en su unidad inseparable de alma y cuerpo?». Benedicto XVI revela que «el viaje a Valencia ha sido para mí un viaje a la búsqueda de lo que significa ser persona humana». En el balance internacional, el Papa destaca el martirio del Líbano señalando que el 2006 «deja en nuestra memorias la profunda marca de los horrores de la guerra en las cercanías de Tierra Santa, así como el peligro de un choque entre culturas y religiones». Peligro al que deben hacer frente «todos los que se preocupan por el hombre»,
En esa línea, Benedicto XVI recordó que su viaje a Turquía le permitió «manifestar públicamente mi respeto por la religión islámica, un respeto que el Concilio Vaticano II nos ha indicado como obligación». En tono realista, el Papa invitó a «intensificar el diálogo con el islam teniendo en cuenta que el mundo musulmán se encuentra ante una tarea similar a la que los cristianos tuvieron que afrontar ante la Ilustración y que, tras una búsqueda laboriosa, solucionó el Concilio Vaticano II». Si a los católicos les llevó dos siglos volver a armonizar razón y fe, abandonar la interpretación fundamentalista de las Escrituras, admitir la libertad de conciencia y emprender el diálogo interreligioso, es comprensible que a otras religiones también les cueste un poco ponerse al día. El Papa recordó, conmovido, «la visita a Auschwitz-Birkenau, el lugar de la barbarie más cruel, del intento de eliminar al pueblo de Israel, de destruir la elección de Dios, de expulsar a Dios de la historia. Me consoló ver aparecer un arco iris en el cielo que era como una respuesta divina: «Sí, estoy aquí», y mantengo mi Alianza».
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