Juan Carlos Escudier
un diario italiano por qué el Gobierno ha promovido el cambio de legislación que permitirá contraer matrimonio a personas del mismo sexo. Según la concejala, Zapatero ha querido complacer al “poderoso lobby” de los gays y lesbianas con una “involución de las costumbres”, y ha añadido que ella no casaría nunca a una pareja homosexual. De la persona que esbozó la revolucionaria teoría de las peras y las manzanas –“si se suman una manzana y una pera nunca pueden dar dos manzanas porque es que son componentes distintos”- no cabía esperar nada diferente.
Botella ha estado tan desafortunada como ese puñado de alcaldes, incluido el socialista Francisco Vázquez, hombre cercano al Opus Dei por vínculos familiares, que no han perdido un minuto en seguir la consigna de algunos obispos y su alegre llamada a la desobediencia civil alegando motivos de conciencia. Los que claman contra el ‘matrigay’, que así lo llaman, son los mismos que guardaron un sepulcral silencio cuando el Papa se pronunció en contra de la guerra de Iraq. Está visto que esto de la conciencia es muy relativo.
A la derecha que representa la mujer del ex presidente Aznar le quedan años luz para homologarse con las grandes fuerzas conservadoras europeas. Exceptuando al inefable Rocco Buttiglione –el aspirante a comisario de Justicia de la UE que se quedó compuesto y sin cargo tras afirmar que “se puede creer que la homosexualidad es un pecado sin que ello repercuta sobre el quehacer político”-, a ningún líder serio se le ocurriría mezclar política y religión como sucede aquí, hasta el punto de que en determinados temas uno no sabe si quien le habla es el secretario general del PP o el disciplinado legionario de Cristo que es Ángel Acebes.
El poder de esta mujer es hoy irrelevante pero hace poco más de un año sus opiniones sobre la vida y la moralidad eran capaces de paralizar la investigación con células madre, de acabar con las aspiraciones sucesorias de Rodrigo Rato por su ‘desviada’ conducta matrimonial o de cortar las entradas a Moncloa de Juan Villalonga, porque lo que le había hecho el de Telefónica a su esposa Concha Tallada, gran amiga de doña Ana, no era cristiano, al margen de que se forrara o no con las stocks options.
Así las cosas, quien quiso jugar a ser Hillary Clinton ni siquiera ha sido capaz de emular a Pilar Primo de Rivera, la delegada nacional de la Sección Femenina. Sus preocupaciones sociales comenzaron un par de años antes de que Aznar ganara sus primeras elecciones. Ana descubrió Orcasitas, uno de los barrios más desfavorecidos de Madrid. Al regresar a su chalet de La Moraleja, una de las urbanizaciones más lujosas y cuyo alquiler pagaba el PP religiosamente, le dijo a su marido la frase definitiva, una expresión que ella misma repitió ante sus íntimas, consciente de su importancia: “Jose, hay otro mundo a quince minutos de aquí”.
Botella se había dado de bruces con la pobreza y le entraron ganas de resucitar el Auxilio Social o, simplemente, se había perdido porque como demostró en Mis ochos años en La Moncloa, su debut literario, no es una persona dada a los paseos: “Recuerdo que antes de llegar aquí por primera vez, aquel 5 de mayo de 1996, el palacio de La Moncloa era un lugar que no me había preocupado de localizar. No imaginaba, por ejemplo, que estuviera tan cerca de la Facultad de Derecho de la Complutense, donde habían transcurrido mis años de universidad”.
Con intervenciones públicas medidas y discursos preparados por un equipo de asesores que pagábamos con gusto todos los españoles, la mujer de Aznar cultivó la imagen de que tenía madera de líder y de que la devoraban las preocupaciones sociales. Utilizada por el maquiavélico Gallardón para sellar su reconciliación con Aznar, la derrota del PP en las generales ha conjurado el peligro de que doña Ana llegue a la alcaldía por la puerta falsa, una posibilidad no tan remota si Gallardón hubiera sido llamado a ocupar más altas responsabilidades.
La evolución de Botella hacia posiciones ‘civilizadas’ ha sido encomiable. Sus consejeros consiguieron atemperar el integrismo que rezumaban algunas de sus manifestaciones sobre temas como la relación hombre-mujer –“soy tradicional, soy conservadora, y creo que la base de la sociedad es la familia”-; el aborto –“yo siempre estoy a favor de la vida. Creo, no obstante, que es una opción personal-; o las madres de alquiler –“me parece que es ir contra las leyes de la naturaleza-. Sin embargo, en lo que respecta a la homosexualidad y a la posibilidad de adopción por parejas del mismo sexo, su virulencia ha sido incontenible: “Una cosa es que se respete la opción de cada uno, y de hecho en España eso ya existe y tiene reconocida una serie de derechos, pero otra cosa es que se equipare a la familia tradicional. No creo que se pueda equiparar la familia con la pareja de hecho. Ni mucho menos (...). La familia formada por hombre y mujer, con todos sus defectos, se ha demostrado que es lo mejor para la formación y el crecimiento de un niño. Sentirse diferente a los niños les hace sufrir y más si tiene por padres a dos hombres o a dos mujeres. Yo no soy partidaria de la adopción de niños por parte de gays y lesbianas".
Basta con echar un vistazo a los foros de Internet organizados por el PP para apreciar que la opinión de muchos de sus militantes es radicalmente distinta a la de Botella y a la de la dirección del partido, empeñada absurdamente en hacer de altavoz de la Iglesia católica, como si Génova, 13 fuera un púlpito más. La aconfesionalidad sigue siendo una asignatura pendiente para la derecha española.
Es cierto que la legislación propuesta por el PSOE no tiene más precedentes que los de Holanda y Bélgica, aunque en este último país la adopción sólo está permitida en el caso de niños extranjeros. Pero no está de más que por una vez este país se sitúe en la vanguardia de las libertades individuales y recorra a grandes zancadas un camino por el que ya transita la Europa más avanzada. Las uniones civiles entre homosexuales están reconocidas en Dinamarca desde 1989 con derechos equiparables a los de los matrimonios heterosexuales; hace más de diez años Noruega y Suecia aprobaron leyes similares; desde 1999 rige en Francia el denominado Pacto Civil de la Solidaridad, que fue la fórmula con la que Jospin eludió abordar el matrimonio gay o la simple unión civil pero que contempla un catálogo de derechos de estas parejas ante asuntos tales como la fiscalidad y la Seguridad Social; Alemania aprobó en 2001 la Ley de Vida en Común y hasta Blair ha prometido reconocer en Reino Unido las parejas homosexuales si obtiene la reelección.
De las declaraciones de Ana Botella a Il Giornale sorprende la calificación de “poderoso lobby” con el que cataloga al colectivo de gays y lesbianas. ¿Será porque, incluso con el PP, logró sentar en el Consejo de Ministros y en algunas secretarias de Estado a varios de sus integrantes? ¡Qué maricones!
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