Monstruosidades varias
Tristes noticias aparecen todos los días en la prensa: asesinatos, muertes, agresiones… Recuerdo que hace no demasiado tiempo leí en un diario regional acerca de dos mujeres, pareja ellas, agredidas precisamente por eso, por ser pareja. Resta decir que el hecho en sí merece la más dura de las condenas, pero no sólo al individuo que las agredió en cuestión, también a nosotros mismos en tanto a entes participantes de la sociedad.
Entonemos todos el mea culpa, señores, porque nosotros hemos creado o permitido crear a esa clase de monstruos que seguramente alguien llamará -no seré yo- personas. Es evidente que un comportamiento homófobo como ese no es innato; y deberíamos preguntarnos por qué lo ha adquirido, evidentemente, en una sociedad que de forma cínica se vanagloria de ser democrática.
Aún recuerdo el oneroso debate que se montó a raíz de la regulación del código civil para permitir a las parejas homosexuales unirse en un no-tan-santo matrimonio. Salvando las idioteces que partidarios o detractores pudieran decir -quién no recuerda los símiles frutícolas de la señora Botella- no cabe más que felicitarse por extender un derecho tan fundamental como lo es el de contraer matrimonio a todos los ciudadanos españoles.
Muchas críticas recibieron por entonces quienes sacaron adelante la propuesta. Los más elegantes hablaban de vulnerar la Constitución con la reforma del Código Civil, otros –más sinceros- hablaban de lo que era o no normal. Que hay cierto margen interpretativo cuando la Constitución nos habla de que el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio está en mayor o menor medida claro, que es la propia Constitución quien nos dicta cómo se debe interpretar ese artículo es una certeza.
Y es que la gente parece obviar que es la Constitución la que afirma que todos somos iguales ante la ley, la que afirma que es el Código Civil el que debe decir qué formas de matrimonio son válidas y cuáles no, o la que nos subyuga a la Declaración Universal de los Derechos Humanos donde se reconoce el derecho a contraer matrimonio de todos; la Constitución misma nos garantiza que los poderes públicos deben promover las condiciones de igualdad sean reales.
Parece pues que esta leyenda negra forjada alrededor de la supuesta inconstitucionalidad en que caeríamos si permitiésemos las bodas entre homosexuales no es más que la extensión politizada de lo que muchos aún creen. Es fácil buscar pretextos legales para encubrir una mentira que parte de prejuicios y pensamientos condicionados por una educación ciudadana y social a todas luces deficitaria, también lo es para aunar y captar los votos de una población que así piense.
Se muestra patente el hecho de que existe una conexa relación entre quienes cuestionan la normalidad de una conducta sexual diferente a la mayoritaria y, por lo tanto, la normalización de sus relaciones desde un punto de vista social conforme a derecho; y quienes actúan como esthéticiennes jurídicas para enmascarar bajo un hálito de legalidad idénticos pensamientos.
En cualquier caso, es fundamental que tengamos claro algo que resulta fundamental. El derecho regula la sociedad, no la naturaleza -que para eso ya está el Dios de cada uno-. Entrar a valorar la normalidad de la homosexualidad desde un punto de vista biológico puede ser o no discutible, pero desde luego es inaceptable que se diga que no es normal desde un punto de vista social una sexualidad cuyas conductas se vienen manifestando desde hace milenios y reprimiendo desde siglos atrás. Quién no ha oído alguna vez eso de “maricas sí, pero lejos de mí”, quién no visto como la gente se sorprende al ver a dos personas de idéntico sexo besándose… esos vestigios ideológicos y no otros son los que todos -no sólo la ley- debe terminar por erradicar de una sociedad que para entonces si podrá estar orgullosa de ser democrática y en la que hablar de casos como el que en las noticias leí sea algo residual. Déjenme pues, hasta que pueda congratularme públicamente por vivir en un Estado moderno y avanzado, transmitirles mi apoyo a las dos muchachas agredidas y sus compañeras.
Alejandro Vizcaíno Carballo
Comentario