Encuentros fugaces a la sombra de un triste árbol, visitas domiciliarias escudadas tras una bolsa de la compra que solo contiene un par de calzoncillos limpios, vecinos que cambian de rellano en busca de una promesa de contacto físico. Apps que echan humo desde el alba hasta la madrugada, crushes que se acumulan por decenas, mudanzas inesperadas hacia zonas más bulliciosas y un sexting desmelenado con muchas posibilidades de cambiar la pantalla por el sofá.
Parejas incipientes que organizan encuentros en pisos francos, conocidos que se intercalan en la agenda y compañeros de piso que comparten algo más que la nevera. La nueva normalidad rezuma sexo. Las manos ociosas del diablo toqueteando el teléfono. Cerrar los ojos a la realidad no va a suponer que desaparezca, y menos cuando bajamos a los instintos más primarios. “Y ahora, ¿cómo hacemos?”, se preguntan. ¿Quién se quita la mascarilla? ¿Qué riesgo estamos asumiendo? ¿Debemos borrar el sexo de nuestras vidas hasta nueva orden? ¿Por qué nadie nos ha enseñado a follar en la ‘era COVID’?
Llevas cuatro meses encerrado en casa, siendo responsable, cuidándote y cuidando a los demás. Sabes cómo lavarte las manos y los minutos que debes estar frotando, pones y quitas mascarillas con la precisión de un cirujano, desinfectas tu compra y no te desprendes del gel en ninguna de tus salidas. Has renunciado a abrazar a tus amigos, no te acercas a tu familia porque el riesgo va subiendo con la edad y hace muchas semanas que no mantienes un contacto cercano con nadie. Empiezas a olvidar qué se siente cuanto te cogen la mano o te dan un beso en la mejilla. Sabes que tiene que pasar por ti. Sabes que tiene que ser así. Pero, ¿hasta cuándo va a durar esto? ¿Cuántos meses más van a tener que pasar para que todo vuelva a ser lo que fue?
“Si los fluidos ajenos nos atemorizan en el metro, ¿no deberían hacerlo también en la cama?”
La sociedad ha vuelto a dar la espalda a los márgenes de la normatividad. Nada fuera de la pareja consolidada, de la familia tradicional, parece importar. Si no te diste prisita, mala suerte. Ahora puedes dejar lo de intimar para el año que viene porque, de momento, a nadie parece importarle. Aprendimos a follar con VIH a las malas, con miedo y en la clandestinidad. Perseguidos, estigmatizados y señalados. Perdimos a muchos y nadie nos explicó nada. Tuvimos que salir a la calle, luchar y pelear, y ahí seguimos, derribando un muro que la sociedad se empeña en ignorar. Ahora repetimos errores. Por suerte, la transmisión no es la misma. Tampoco los afectados. Salir de la marginalidad debe tener alguna ventaja.
Asumamos que, incluso aterrorizada, la gente va a follar. Que el sexo está a la orden del día, lo estará y lo ha estado también en los meses de confinamiento. Que nada ha cambiado y que el mecanismo sigue siendo el mismo. Que la renuncia no es una opción y que no todo el mundo tiene una única pareja sexual. Entendamos lo que pasa y pongámosle remedio de alguna forma. Bastarían unas pautas, una campaña que no tengamos que buscar. Que venga a nosotros como lo ha hecho el lavado de manos. Porque si los fluidos ajenos nos atemorizan en el metro, ¿no deberían hacerlo también en la cama?
Mi amigo J. aprovechó los primeros días de ‘desconfinamiento’ para encontrarse con alguien con quien había estado chateando las semanas previas. Quedaron, se acostaron y volvió a casa. Le pregunté que cómo había hecho, cómo habían evitado el contagio. No supo decirme. Tampoco quise insistir. De eso hace unos meses. ¿Sabríamos ahora cómo hacerlo? Sigo teniendo mis dudas.
Fuente: https://shangay.com/2020/07/31/follar-sexo-covid-lgtbi/
José Confuso es articulista, columnista y autor del blog elhombreconfuso.com