Una terapia de conversión intenta disuadir a alguien de su preferencia sexual, o bien de su libre elección de género. Foto: Cuartoscuro
Por VICE.com
En México se sancionará a quienes practiquen u obliguen a otros a recibir tratamientos con la intención de modificar la orientación sexual y la identidad de género. Jóvenes que pasaron por esta experiencia nos contaron sus historias.
Por Yolanda Segura
Ciudad de México, 1 de agosto (VICE).- A partir de este 31 de julio entra en vigor en la Ciudad de México un decreto mediante el cual se impondrán de dos a cinco años de prisión, y de 50 a 100 horas de trabajo comunitario, a quien imparta y obligue a otro a recibir terapias de conversión, o ECOSIG (Esfuerzos para Corregir la Orientación Sexual e Identidad de Género de las personas LGBT). Una terapia de conversión intenta disuadir a alguien de su preferencia sexual, o bien de su libre elección de género. Para ello, se recurre a diversas prácticas violentas, que van desde la violencia psicológica hasta la tortura o la ingesta de medicamentos. Hablamos con algunas personas que han sido sometidas a este “tratamiento” para saber cómo fue su experiencia.
JACOB. 26, TEPATITLÁN, JALISCO
El miedo que sentí con las historias de otras personas y la culpa me hicieron pensar que realmente tenía que cambiar eso de mí. Prácticamente regresé al clóset hasta que pude independizarme. Lo único bueno fue que por fin pude estar con otras personas LGBT. Mantuve comunicación con algunos durante un tiempo. La experiencia me ayudó a ser más fuerte, a confirmar mi decisión de no seguir ninguna religión. Me tomó algunos años. Meses después de eso me mudé a California, donde vivo ahora y tengo amigos que me apoyan.
JULIETA, 24, MONTERREY
Tenía trece años. Mi mamá leyó mi diario: “Se cayó la libreta abierta en esa página cuando estaba limpiando”, me dijo. Se enojó muchísimo, dijo que me iba a llevar a un tratamiento psicológico. Llamó a la iglesia. Yo pensé que era una psicóloga real. Me quitaron el acceso a internet. Ahí comenzó todo. La “terapeuta” me dijo que tenía una “herida del alma”. Decía que si creía en Dios tenía que creer en todo lo que tenía que ver con Dios. Todas las semanas iba por aproximadamente dos horas a escucharla hablar. Mis papás me esperaban afuera, en la plaza.
La escena que más me indigna de todas es una vez que oramos para que Dios me quitara la homosexualidad. Me hicieron cerrar los ojos, me pidieron que repitiera después de ellos: “Señor, te pido perdón por el pecado de perversión sexual, te lo entrego y espero que me digas lo que me vas a dar a cambio”. Nos quedamos en silencio esperando a que Dios me dijera qué me iba a dar a cambio de dejar de ser gay (¿?). No escuché nada. No sentí nada. Sólo vergüenza.
Me costó mucho trabajo nombrarlo como lo que fue: terapia de conversión. No sabía que algo así existía, no sabía la variedad de tratamientos a los que nos someten. Sé de alguien más en la misma iglesia, un poco mayor que yo, que también tenía esta “confusión”, como la llaman, y ahora está casada y con un hijo. Me duele ver lo que nos hacen. Lo que nos hicieron. De repente todavía me pregunto: ¿y si me quedo sola para siempre?, ¿y si no me gustan las mujeres realmente? A veces tengo mucho miedo y mucha culpa. Ahora menos que antes, ya pasaron nueve años. Pero aún lo siento. Aprendí que puedo ser muy complaciente. En su momento también me di cuenta de lo capaz que era de querer morirme y realmente planear todo el tiempo cómo hacerlo. No sé por qué no lo hice, pero ahora lo agradezco mucho. Durante ese periodo tuve algunas amigas lesbianas y amigos gays y comencé a perder el miedo, pero no me atrevía a decirlo en voz alta. Lo logré hasta la universidad. Ahora casi todas las personas cercanas a mí son parte de la comunidad. Soy muy feliz. Feliz de ver hasta dónde hemos llegado.
OSMIN, 32 AÑOS, QUERÉTARO
Salí del clóset dos semanas antes de cumplir diecisiete. Mi mamá me dijo que no me preocupara, que todo iba a estar bien. Y le habló al pastor de la iglesia bautista. Me llevaron a Exodus Latinoamérica. Fui a varias iglesias, participé más de un año. Asistí a congresos, leí material, escuché muchas grabaciones… Nunca fue por voluntad propia. Yo decía: sí, quiero cambiar. Hacíamos ayuno, que debilita la mente, y mucha oración en posición de manos.
En un congreso internacional de Exodus hubo también una especie de exorcismo: una imposición de manos en la que oran por ti para que el demonio no pase por ti. Nos decían que de todos los pecados que puedes encontrar a lo largo de la biblia, solo por la sodomía Dios destruyó una ciudad. Muchos decían que tenían problemas con la homosexualidad a raíz de la pornografía y la masturbación. Yo ni vi pornografía ni me masturbaba siendo menor de edad, así que no entendía nada. Sentí culpa mucho tiempo. Yo ya había decidido ser homosexual, pero pasé casi un año sin relacionarme con ningún otro homosexual. Iba de la casa al trabajo a la casa, aun en el trabajo no me relacionaba con otras personas. Conforme empecé a tener relaciones sexuales con otros hombres sentía culpa, me sentía sucio, me ponía a llorar y prefería dejar de ver a esas personas con las que había cogido.
RITA, 30 AÑOS, SAN LUIS POTOSÍ
Tenía 16 años. Trabajaba y convivía mucho con la familia de mi mamá. Empezaron a estar en un grupo religioso y de terapia que seguía la línea de los doce pasos para tratar a personas adictas, neuróticas o desviadas, como nos decían. Nos lo vendieron como un espacio al que ibas a pasártela bien, una hacienda con alberca, bosque, caballos y río.
Me subieron a un camión, con los ojos vendados, me pidieron que dejara de hablar. Me hicieron un registro de las cosas que llevaba y me las quitaron, me llevaron a una ubicación desconocida de madrugada. Básicamente me secuestraron. Mis tías daban las pláticas introductorias.
Me di cuenta de que iba a tener que ocultar todo lo que yo era. Me diagnosticaron como neurótica con tendencias depravadas porque yo no había tenido padre, decían que por eso era lesbiana. Una perversión. Desde que llegabas estabas sola con mucha gente desconocida de todas las edades, en una carpa. Drogadictos, violadores, personas esquizofrénicas. Te sentabas ahí con luz de media vela a escuchar los testimonios que te contaban con repetidos ejemplos de por qué ellos eran una mierda y tú eras una mierda. No podías dormir y no podías comer. Si eras lesbiana, venían comentarios de asco. Fui dos veces, en una me llevaron y en otra fui como acompañante. Regresé porque sí me cocowashearon, la impunidad hizo que sintiera que no había problema.
Después de eso aprendí que necesitaba defenderme, ser firme, que necesitaba mi dignidad. Que necesitaba recordar a las mujeres de mi familia. Por toda esa privación tuve muchas experiencias ancestrales y mágicas que me conectaron con mis abuelas. Me hizo surgir, despertar por primera vez. Fue un golpe de adrenalina para defender quién soy, sin que nadie me volviera a juzgar ni a tratar de curar. Gracias a encontrarme con otras bisexualas pude hablar desde mí y desde la honestidad.
Desde 1973 (qué cerca y qué lejos queda esa fecha) la homosexualidad fue sacada de la lista de trastornos mentales de la OMS. Y aún hoy, en pleno 2020, cuesta trabajo creer que hay quienes piensan todavía que es una enfermedad.
Es de esperarse que, cuando un cuerpo se sale de la norma, instituciones como la familia, la iglesia y el estado salten para devolverlo a su sitio.
Si una familia, por ley, ya no puede llevar a su hijo a uno de estos lugares asquerosos, quizá sea más fácil comenzar a trabajar en aceptarlo.
Fuente: https://www.sinembargo.mx/01-08-2020...S7RLq0stKiqQOQ