El nigeriano Michael, gay de 36 años, en un piso de Moscú, donde ha solicitado asilo por su orientación sexual. M. R. SAHUQUILLO
Hombres procedentes de África y los Estados árabes huyen de la persecución por su orientación sexual y piden protección en Rusia para intentar alcanzar la UE, Canadá o EE UU. El país del Este está considerado uno de los países menos seguros de Europa para las personas LGTBI
Moscú 14 ENE 2019 - 12:28 CET
Era noche cerrada cuando se presentaron en su casa. Con palos y a gritos. Buscándole. Le sacaron de la cama a puñetazos. Eran cinco. Todos varones. Clamaron que iban a por el “puto maricón”. Nadie de su familia, en la ciudad nigeriana de Kiri Kasama, sabía hasta ese momento que Michael es gay. En Nigeria, las relaciones homosexuales son un delito que se paga con hasta 14 años de cárcel o incluso con la pena de muerte en dos de sus Estados. Y además, las personas gais, lesbianas, bisexuales y transexuales sufren el rechazo, la discriminación y la violencia.
Michael, de 36 años, logró escapar del piso en el que vivía con sus padres y sus dos hermanos. Con el miedo en el cuerpo, se escondió durante horas. “Cuando volví al día siguiente, mi padre me dijo que no podía entrar. Que me mataría”, se lamenta el hombre, atusándose el cabello bajo el gorro de lana. De Kiri Kasama (unos 250.000 habitantes) viajó a Lagos, donde un contacto le asesoró y le ayudó a comprar un billete para salir del país. Iría a Rusia donde, gracias al Mundial de Fútbol, podía entrar sin visado y solo con el llamado ID de fan (un documento de identidad requerido por las autoridades rusas para asistir a los partidos de fútbol), con el que muchos aficionados acudieron al país euroasiático a los partidos el pasado julio.
Dice que cuando escapó de Nigeria no sabía que estaba huyendo hacia uno de los países más homófobos. Rusia está en el top 5 de los lugares menos seguros de Europa para las personas LGTBI, según el índice de la ONG especializada ILGA; no criminaliza legalmente las relaciones entre personas del mismo sexo, pero sí son un enorme tabú social. Y las organizaciones defensoras de los derechos civiles denuncian ataques y persecución. “Pero cuando tienes que elegir entre la cárcel y la muerte o la discriminación… escoges lo segundo”, afirma tajante Michael. Ha pedido asilo en Rusia por su orientación sexual , un punto que se recoge en las convenciones sobre refugiados de la ONU.
Como él, al menos una treintena de hombres procedentes de países de África o Estados árabes donde la homosexualidad es un delito —se criminaliza en al menos 72 países todavía— ha solicitado asilo en el gigante euroasiático. "Pensaba que Rusia era como otro país europeo. En muchos puedes ser tú mismo abiertamente o incluso casarte", apunta el nigeriano Michael (que elige usar ese nombre por razones de seguridad). Pero con las puertas de la UE casi cerradas tras la crisis migratoria de 2015, quienes huyen buscan otras opciones. Y en su caso o el del camerunés Stefan —que llegó en las mismas circunstancias el pasado julio— surgió la opción de Rusia. No hay un registro oficial que lo compute, pero las organizaciones especializadas apuntan que algunos entraron, como ellos, con una ID de fan. Otros, con visados de estudiante o de turista.
“Pensaba que Rusia era como otro país europeo. En muchos puedes ser tú mismo abiertamente o incluso casarte”, dice Michael
Las autoridades rusas no han aceptado ninguna de las peticiones por razones de orientación sexual, afirma Anton Ryzhov, abogado de la ONG Stimul (especializada en asistencia legal a personas LGTBI), que tiene varios recursos abiertos. También ha iniciado distintos procedimientos contra la Administración por exigir “evidencias” de la orientación sexual de los solicitantes de asilo. Rusia no es el único país que pide a los demandantes de protección detalles sobre su vida sexual o sus relaciones afectivas, como prueba de su orientación sexual (algo que el Consejo de Europa considera ilegal). Stimul, fundada en 2015, lleva en la capital rusa al menos nueve casos similares al de Michael de Camerún, Afganistán, Palestina o Sudán.
Se suman a otros más numerosos de personas —en su inmensa mayoría, hombres— que huyeron a grandes ciudades rusas, como Moscú o San Petersburgo, desde Estados postsoviéticos como Uzbekistán, donde la homosexualidad se castiga con hasta tres años de prisión. O desde Chechenia, donde organizaciones internacionales denuncian casos de asesinatos, encarcelamientos y brutales torturas de personas LGTBI. El Gobierno de Chechenia, en manos de Ramzan Kadyrov, leal aliado del presidente ruso Vladímir Putin, ha negado cualquier ataque alegando que en ese Estado “no existen homosexuales".
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“Si no me puedo quedar en Rusia lo intentaré en otro sitio, pero a Nigeria no puedo volver”, dice Michael. Nervioso, con una taza de té caliente entre las manos, explica que los hombres que trataron de agredirle aquella noche en Kiri Kasema le tendieron una trampa. Horas antes había contactado con un hombre por la aplicación de contactos gay Grindr que nunca se presentó a la cita que habían acordado. “Yo creo que me siguieron y esperaron el momento para atacar”, dice.
Michael lleva siete meses en Moscú. Vive con otros seis compañeros en un piso gestionado por Stimul y que la ONG financia gracias a las donaciones que recibe del exterior. Entre ellos está el camerunés Stefan, que hasta hace unos meses jamás había visto la nieve. El nigeriano cuenta también que lleva mal el frío. Y el idioma. “No entiendo nada, ni siquiera puedo leer los carteles, pero al menos estoy acompañado y por ahora seguro”, comenta. Explica que le han detenido dos veces. Ninguna de ellas fue capaz de comunicarse con la policía. Los abogados de Stimul tuvieron que sacarle del calabozo.
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La policía detiene a un activista por los derechos LGTBI en una manifestación en Moscú, en 2016. Getty
Ahora vive con el miedo en el cuerpo a ser detenido. Intenta ironizar y dice que con su “color de piel” no puede “pasar desapercibido”. Ahora que la ID de fan se le ha caducado teme que, pese a los recursos judiciales, llegue el día de su expulsión. Sus abogados están buscando otros países donde pueda ser recibido como asilado. A Michael le da igual donde: “Solo quiero encontrar un lugar seguro para vivir, un sitio donde no me encarcelen o me maten, donde pueda ser yo mismo sin tener miedo constantemente”.
Una etapa antes de llegar a otras naciones
La mayoría de los que llegan a Rusia, sin embargo, lo hace como un paso previo para tratar de conseguir asilo en países de la Unión Europea, Canadá o EE UU. A primeros de enero, menos de 600 personas tenían el estatus de refugiado en Rusia, una de las cifras más bajas de la última década. Y unas 125.500 habían recibido asilo temporal —la inmensa mayoría procedentes de Ucrania (más de 123.400) o Siria (unos 1.100)—, según el Servicio Federal de Estadísticas. No se detalla ningún caso por razón de identidad u orientación sexual.
Y aunque la ONU u otras organizaciones internacionales no desglosan el número de solicitantes de asilo o refugiados por razones de orientación sexual, investigaciones como la liderada por la experta Sabine Jansen han contabilizado más bien casos de personas con nacionalidad rusa que han pedido asilo en otros Estados (Dinamarca, Finlandia, Alemania) por ese motivo.
Y pese a que no hay datos oficiales, las organizaciones especializadas en asilo y minorías sexuales aseguran que el número de personas que han abandonado Rusia por LGTBI-fobia se ha incrementado desde 2013, cuando el Gobierno de Vladímir Putin aprobó la llamada ley de "propaganda homosexual", que prohíbe la difusión a menores de materiales que muestren relaciones “no tradicionales”. “Esa ley ha dado alas al discurso homófobo y desde entonces han aumentado los ataques y la discriminación”, afirma el abogado Ryzhov. En Rusia, un 37% de los ciudadanos cree que la homosexualidad es una enfermedad que se puede tratar y un 18% cree que debería perseguirse legalmente, según un sondeo del centro Levada. Solo un 5% de los ciudadanos está a favor del matrimonio igualitario, uno de los porcentajes más bajos de Europa, según un estudio del Pew Research.
Fuente: https://elpais.com/sociedad/2019/01/03/actualidad/1546534416_775731.html?fbclid=IwAR1RKra7CxYhe1i06S L5OGUjT-6gnMS1hg2Jd64P63m_a-uKkwSHE6f0wBU