En la condena de Wilde a dos años de trabajos forzados por sodomía, confluyen la hipocresía moral, el cinismo político, la prepotencia colonialista y finalmente la más desproporcionada intolerancia que uno pueda imaginarse. Mientras la corona británica hace todo lo posible por destruir a Wilde, siete años después de muerto éste, en la más absoluta soledad, en medio de la pobreza y de la sequía artística, la corona sueca premia con el Nobel de Literatura a Rudyard Kipling (1865-1936) por su obediencia al canon victoriano, y por su lucidez en la defensa de los derechos que tienen los países «civilizados» para someter a los que no lo son, como los de África, Asia y América Latina («la carga del hombre blanco», decía él)
Un poco fuerte todo lo que acontencio a este gran poeta.
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