La escritora y periodista Cristina Fallarás. — Fernando Sánchez
juan losa@jotalosa
Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968) se ha saltado dos de sus máximas a la hora de sentarse a narrar; no escribir novela histórica y no estudiar para escribir. La culpa es de María Magdalena, o mejor, de la imagen de puta que la Iglesia ha perpetuado sobre su figura. Su último libro, El evangelio según María Magdalena (Ediciones B, 2021), planta cara a una versión patriarcal que ha resultado devastadora para las mujeres.
De prostituta a santa, el periplo de María Magdalena a lo largo de la historia no es cosa menor, que diría aquel...
Y el caso es que en La Biblia jamás aparece como prostituta ni nada que se le parezca. Ella en realidad es la que acompaña a Cristo en los evangelios y la única que está ahí cuando resucita, sólo ella puede dar fe de lo que ha ocurrido. Hay una contradicción tremenda en la construcción del personaje de María Magdalena, una contradicción que se hace evidente cuando encuentran los papeles del Mar Muerto y de repente la Iglesia católica no puede seguir ninguneando su figura.
Aquel hallazgo deslizaba la hipótesis de que María Magdalena venía de una "ciudad judía rica" y que cuidaba de Jesús con sus propios medios...
Y que era una persona culta perteneciente a la élite del momento, una mujer privilegiada para la época. De repente, la cúpula de la Iglesia con Bergoglio a la cabeza decide de la noche a la mañana que hay que santificarla, la hacen incluso apóstol de los apóstoles...
Pero el daño, entiendo, ya está hecho.
Exacto, María Magdalena será ya por siempre la puta. Pero es que esto no es lo que pone en los evangelios, y no sólo eso, es que resulta además redundante porque nosotros ¡ya teníamos una puta!
Ah, ¿sí?
Claro, Eva, la del pecado original. Por eso sorprende que conviertan a María Magdalena en prostituta siglos más tarde, es una redundancia en toda regla.
No contentos con una...
Eva es la que ofrece la manzana de la tentación y por su culpa tú trabajas con el sudor de tu frente y yo paro a gritos de dolor, ella es culpable de todo lo que somos y por lo tanto merecemos castigo. Pero ahí no queda la cosa, es que también está la Virgen María, que es la madre de Dios y que siendo virgen da a luz, no como tú, puta, que para parir necesitas follar, y que incluso exiges gozar. Y ahí tienes un segundo castigo, que es el castigo de la sexualidad femenina.
Una sexualidad que, además, aborda con tremenda crudeza en el libro.
Es que a las vírgenes se les llamaba así no porque las casaran sin haber follado, sino porque las casaban sin la regla. Así que lo que les pasaba a aquellas muchachas es que el tipo las empezaba a follar cuando ni siquiera tenían la regla, eran crías de trece o catorce años, no estaban suficientemente desarrolladas y las pobres reventaban.
Y cuando esto sucedía, eran ellas, también, las que se encargaban de curarlas.
No sólo de curarlas, es que eran ellas las que se ocupaban de todo lo doméstico. El parto, la crianza, la salud, la higiene... La mujer no participa en el ámbito público, eso se lo apropian los hombres, la mujer permanece en el castigo, en el oprobio.
Ni penitente, ni prostituta, ni sirvienta... La María Magdalena de Fallarás es independiente y dura. ¿Así la imagina?
No hace falta imaginarla. Le doy la vuelta. Simplemente introduzco otro punto de vista a lo que narran los evangelios; el punto de vista de una mujer. Y al mirarlo así, te das cuenta de que todo lo que son grandes gestas, toda esa ampulosidad y esa épica, todos esos milagros, se convierten en asuntos cotidianos, porque la ampulosidad, la guerra y los milagros forman parte de un relato masculino, de esa épica masculina.
Y frente a esa épica, ¿lirismo?
Sólo en el estilo. Frente a esa épica; lo práctico, lo doméstico. Las narraciones épicas se convierten en historias domésticas. Así, cuando se escucha aquello de pedid y se os dará, en realidad de lo que se está hablando es de qué coño, todo se os dará porque nosotras ordeñamos las cabras, amasamos el pan, parimos, cuidamos, limpiamos la casa... De repente, todo es verosímil, es decir, todos aquellos milagros pasan al plano de lo cotidiano.
¿Qué opina de que ahora las mujeres puedan dar la comunión y leer textos en la misa?
Bueno, partamos de la base de que a mí la Iglesia católica me aterra. En realidad me aterran todas las religiones, pero la católica en particular; la Iglesia católica es la fuente de todo el dolor para la mujer. El papel de las monjas es el papel de aquellas que obedecen lo que de verdad la Iglesia querría para todas las mujeres. Fíjate en los votos de castidad de las monjas, en el de silencio o el de obediencia, es aterrador porque reproduce exactamente el papel que quisieran para la mujer. Quizá por eso las monjas se dedican a la educación y por eso somos como somos. A mí me educaron las monjas.
Pues algo no fue del todo bien...
Porque yo me revolví de puro cristiana, es decir, yo fui cristiana de la misma manera que ahora soy marxista, y por las mismas razones.
¿Abrazó una nueva fe?
Busqué otra construcción de la igualdad y del reparto de la riqueza. En realidad, si lees los evangelios te das cuenta de que te están hablando de igualdad.
Fuente: https://www.publico.es/entrevistas/c...2f1CS6lG8S0Ga8