Hace cinco años años se desveló la existencia de una carta de Federico García Lorca, fechada el 18 de julio de 1936, y de un poema inédito dedicados al mismo destinatario: Juan Ramírez de Lucas, un joven estudiante de 18 años de Albacete del que se descubría así que era el último amor del poeta granadino en las semanas y meses previos a su asesinato. En ese momento se informó también de la existencia de unas memorias de Ramírez de Lucas, fallecido en el 2010, en las que relataba su relación con Lorca, que había mantenido absolutamente en secreto a lo largo de su vida, en la que ejerció como crítico de arte y arquitectura del diario ‘Abc’. Por primera vez, el diario EL PERIÓDICO DE EXTREMADURA ha reproducido tres fragmentos textuales de esas memorias, dos de ellos de especial valor testimonial: el relato de la despedida del poeta en la estación de Atocha, el 13 de julio de 1936, cuando iniciaba el viaje a Granada del que ya no volvería, y la narración del momento en que el joven amigo del poeta recibió la noticia de la muerte de este. Una frase recogida en el texto de Ramírez de Lucas destaca en su relato: “No llores, dos meses pasan pronto”, le habría dicho el poeta en el andén de Atocha.
“Mi hermano Juan demostró una honestidad y generosidad supinas en su relación con Lorca, al que amó hasta el final de sus días”, ha explicado Jesús Ramírez de Lucas en la entrevista con el periodista Miguel Ángel Muñoz Rubio que el rotativo extremeño publicó el pasado domingo. Las memorias de Juan Ramírez de Lucas forman parte del conjunto de documentación que su familia mantiene resguardada hasta que llegue a un acuerdo para su edición. Solo trascendieron algunos elementos de ese material cuando fueron utilizados en el 2012 como fundamento de la novela ‘Los amores oscuros’, por el escritor Manuel Francisco Reina.
UNA CAJA DE MADERA
La familia abrió tras la muerte del crítico una caja que había custodiado durante años su hermana monja. Así explica su hermano el descubrimiento al rotativo extremeño: “Abrimos la caja de madera, donde están cuatro dibujos de Lorca, originales, firmados por él, aparece el poema del ‘Rubio de Albacete’, la carta que le escribe Federico a Juan en respuesta a la que este le escribe comunicándole los problemas familiares que tiene y que le impiden marcharse con el poeta a México, fechada el 18 de julio del 36, el mismo día del alzamiento, y a eso se añaden sus memorias sobre su relación con Federico, que Juan escribe 70 años después”.
La primera aportación de los tres fragmentos desvelados de las memorias es la de cuestionar el relato de la salida de Lorca hacia Granada, narrada hasta ahora por Rafael Martínez Nadal en un diario que el biógrafo de Lorca Ian Gibson ya había considerado muy poco fiable y en el que se sitúa como único testigo de la escena. “Había dos personas en la estación, mi hermano, y el secretario de Lorca, Rodríguez Rapún [fue secretario del grupo de teatro La Barraca]. Su secretario se va primero y la despedida final, en la escalerilla del tren, es la de Juan y Federico”, explica Jesús Ramírez de Lucas a Muñoz Rubio. Se trata precisamente de las dos últimas relaciones sentimentales conocidas del poeta. Una ya en crisis, la otra, según la última versión de la biografía de Ian Gibson, “un amor secreto, incipiente, truncado antes de tiempo por la muerte”.
La despedida: "No pude evitar el llanto"
Este es la emotiva descripción de ese momento: “Suena el silbato de partida y no pude evitar el llanto por la tristeza que me producía su marcha. No llores, dos meses pasan pronto. Dos meses que nunca han pasado, que siguen presentes como en aquel instante decisivo, dos meses clavados en lo más profundo de mi alma y que nunca, nunca pasarán. Dos meses, estas fueron sus últimas palabras. Dos meses que ya se han convertido en 864 meses de recuerdo incesante, guardado en lo más profundo de mi existencia y para el que no ha existido ni un solo día de olvido”.
La noticia de la muerte: "Quedé mudo y sin siquiera poder gritar o gemir mi dolor"
Así relata Ramírez de Lucas, según el texto avanzado por su hermano al diario extremeño, el momento en que recibió la noticia de la muerte de su amor. “En este clima de angustia y malestar no era raro que los cuerpos se deteriorasen, y eso me sucedió a mí. En mi mano derecha comenzaron a surgir unos abscesos localizados sobre el hueso de la muñeca y la parte inferior del dedo índice. Su aspecto era tan alarmante que mi hermano Otoniel, médico, decidió intervenirme. Debió de ser por los días finales de agosto (Lorca murió el 18 de agosto de 1936). ‘No tengo anestesia -me dijo-, tal vez te duela algo, y mientras con el bisturí abría el dedo dañado, como un comentario más añadió: ‘Dicen que han matado a Federico García Lorca’. A partir de ahí ya no sentí la operación ni la curación posterior. El golpe había sido tan repentino y fulminante que quedé totalmente anestesiado, con un dolor tan profundo ante el cual desaparecían todos los posibles dolores físicos. Quedé mudo y sin siquiera poder gritar o gemir mi dolor, sin poder comunicárselo a los otros. Después procuré leer los periódicos en los que se mezclaban las noticias contradictorias. ¿Era verdad, no era verdad? Mi refugio desde aquel día fue la buhardilla de la casa, un camaranchón en el que se guardaban los muebles inservibles, la ropa para el invierno, y que había servido de lugar de juegos infantiles para todos los hermanos. Sentado junto a una ventana, tras los barrotes de hierro en cruz de una reja, pasaba horas y horas esperando la salida del lucero de la tarde, que aparecía sobre los tejados de tejas viejas y mohosas. Era mi único instante de consuelo y a él me aferraba queriendo y esperando que todo fuera un bulo de los muchos que circulaban, que no habían matado a Federico. ¿Por qué iban a matarlo, a él, el poeta y autor teatral de mayor fama en aquellos instantes, de éxitos reconocidos en todo el mundo, a él, que no se había significado en política porque estaba por encima de todo eso. ¿Por qué?”.
En su entrevista, el hermano de Juan Ramírez de Lucas destaca tanto la relación sentimental que hacía que ambos se escribieran “como dos novios que se intercambian poemas de amor y de cariño y de estabilidad” y su relación intelectual. En ese julio de 1936, según su relato, se enfrentaba a la negativa de su familia a autorizar que acompañase a Lorca. “Mi padre, la verdad, montó en cólera al saber que mi hermano quería marcharse a México. Entonces la mayoría de edad eran los 21 años, mi hermano tenía 18 y Lorca, 38. Como no podía marcharse sin el consentimiento paterno viajó desde Madrid a Albacete a ver si lo convencía, no fue posible porque empezó la guerra, Lorca se fue a Granada, lo fusilaron, y mi hermano continuó su trayectoria. Pero él estaba dispuesto a marcharse, y Lorca, también. ¿Qué se interpuso? La edad, porque entonces mi hermano era considerado un menor de edad”, explica.
"ME HAN PASADO COSAS GORDAS"
Ese tema aparecía ya en la carta que le enviaba Lorca desde Granada el mismo 18 de julio, en la que le daba consejos para encarar las reticencias de su familia. “La actitud que debes guardar, llena de fuerza y de astucia para contrarrestar la actitud equivocada de tu padre que tú tienes con talento y con hombría y respeto encauzar”. “Yo soy tu mejor amigo –proseguía la correspondencia- y que te pide que seas político y no dejes que el río te lleve. Juan: es preciso que vuelvas a reír. A mí me han pasado también cosas gordas por no decir terribles y las he toreado con gracia. No te dejes llevar de la tristeza”.
La intensidad de la relación, por más que fuese incipiente, entre el poeta y un estudiante con inquietudes artísticas 20 años más joven que él, y por entonces menor de edad, obliga a revisar algunos aspectos de la biografía de Lorca. Sería él el acompañante que estaría retrasando la ida de Lorca a México, la invitación de Margarida Xirgu que le hubiese salvado la vida, y el destinatario además de al menos alguno de los ‘Sonetos del amor oscuro’, si no de todos ellos.
La confesión: "No tengo derecho a llevarme conmigo estos momentos secretos"
El tercero de los elementos de esas memorias sobre la relación entre ambos que ha sido difundido por la familia es el inicio, la introducción en la que Ramírez de Lucas justifica el porqué del fin de ese silencio. “Durante más de 60 años he estado dudando si escribir o no estos recuerdos de los instantes más importantes de mi vida. De los momentos emotivos que me marcaron para siempre, tan intensos fueron... aunque su duración no fue de mucho transcurso temporal. Las dudas surgían por la índole del tema y seguramente también por los complejos educacionales y sociales que se adhieren a tu personalidad como una hiedra no deseada, pero de los que es muy difícil o casi imposible prescindir. Si me decido a hacerlo en este mes de septiembre de 1996 es porque considero que no tengo derecho a llevarme conmigo estos momentos secretos y privar a las generaciones futuras de detalles interesantes referidos a la gran figura de Federico. Todo lo que se refiera a las individualidades geniales de la Humanidad tiene interés permanente y general, hasta los detalles más mínimos e íntimos, incluso los menos confesables aparentemente. ¿Cuánto no daríamos hoy por saber intimidades de figuras como Platón, Buda, los faraones, Juan El Bautista, Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, El Greco, Cervantes, Cristóbal Colón, Mozart, Beethoven, Bach, Nietzsche o Velázquez, y tantas otras que han destacado como cimas entre la mediocridad de las multitudes? Toda persona es un conjunto de buenas, malas y regulares condiciones que pueden repetirse con monótona regularidad, pero cuando esa persona adquiere la categoría de lo que llamamos genio, o sea, persona excepcional en su modalidad, el posible conocimiento de todo su vivir, pensar, laborar, cobra inusitado interés. Esta es la principal razón por la que ahora me he decidido a fijar con la escritura el recuerdo de aquellos días venturosos, alegres, trágicos y tristísimos obsesivamente”.
En su última versión de la biografía del poeta granadino 'Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca', publicada en el 2016, Ian Gibson transcribe así el poema al ‘rubio de Albacete’ que Lorca habría escrito apresuradamente sobre un trozo de papel, dedicado a su último amor.
Aquel rubio de Albacete
vino, madre, y me miró.
¡No lo puedo mirar yo!
Aquel rubio de los trigos
hijo de la verde aurora,
alto solo y sin amigos
pisó mi calle a deshora.
La noche se tiñe y dora
de un delicado fulgor.
¡No lo puedo mirar yo!
Aquel lindo de cintura
aquel galán sin amigo
sembró por mi noche obscura
su amarillo jazminero.
Tanto me quiere y le quiero
que mis ojos se llevó.
¡No lo puedo mirar yo!
Aquel joven de la Mancha
vino, madre, y me miró.
¡No lo puedo mirar yo!
Fuente: http://www.elperiodico.com/es/notici...o-amor-6018933