Los diarios inéditos del poeta cordobés Juan Bernier descubren, 22 años después de su muerte, el relato íntimo de un soldado del ejército sublevado en la Guerra Civil que padeció la persecución por su sexualidad durante la dictadura
PEIO H. RIAÑO MADRID 16/03/2011 08:00 Actualizado: 16/03/2011 13:51
El verano de 1936, los fogones se llenaron de libros, revistas, periódicos y folletos. España ardía a toda prisa para cambiar la camisa de un día para otro. El miedo hizo mudar la piel: "¡Que no quedaran restos de libertad, de república, de liberalismo!", escribe el poeta cordobés Juan Bernier (1911-1989) en su diario de aquellos días en los que "el deporte era la caza del hombre" y las charangas corrían las calles con música para combatir la angustia. Tocaban el Cara al sol.
La sangre pilló desprevenidos a todos. La noticia de la sublevación de las fuerzas de Marruecos se comentó con demasiado optimismo en La Carlota, el pueblo de Bernier: "Pero no tiene importancia... No le mandamos la paga en un mes y se termina todo enseguida". Pero a la palabra limpieza ya no la podía parar nadie: "Y una infrahumana ferocidad se escuchaba a través de la sondas de uno y otro bando. Y se veían silencios y palideces en los rostros. El azar empujaba a un bando o a otro, según el sitio donde a cada uno les había sorprendido el Movimiento. Derechas e izquierdas no eligieron, pero los dos signos llevaban a la muerte", toma nota el poeta en los primeros días del golpe de Estado del ejército traidor.
"Mi secreto está prohibido, sólo él y no el del crimen", escribe tras la guerra
El cambio galopaba, los amigos eran asesinados, las calles sonaban de otra manera y pocos pudieron darse a la fuga: "No tuvo éxito mi propuesta a alguno de ellos de que huyeran de esta ciudad de cánticos marciales y sobre todo religiosos, que sonaban como misas de difuntos... Pero bajo los cánticos se instituía la matanza y el asesinato más o menos legal, y pocos tuvieron la suerte de huir al bando preferido..."
El relato preciso recorre los hechos trágicos sin vehemencia, como una crónica templada, como una lágrima vacía, como sólo se puede escribir con la distancia: depurando, corrigiendo, apurando los nervios. Afeitando la inquietud. Juan Bernier escribió a mano, entre 1937 y 1947, sus primeros 36 años durante toda su vida. Paradójicamente, la primera obra de su producción literaria será póstuma. Porque cuando todavía corregía su diario la muerte le privó de ver publicado el escrito que más cuidó. Ahora, 22 años después de su fallecimiento, la editorial Pre-Textos recupera ese Diario inédito y se encarga al tiempo de la primera edición de su poesía completa.
Antes de partir al horror
Corrigió y editó durante toda su vida este diario tan personal
Con letra "menuda y difícil", en hojas de cuadernos escolares que el autor recortaba y recogía en carpetas de color azul pasaba a sus allegados para que se los mecanografiasen. El periodista Antonio Ramos fue el hombre de confianza de Bernier, por sus manos pasaron los manuscritos antes de ser corregidos una y otra vez: "Lo que hizo fue un desnudo integral. A él no le interesaba contar su historia como poeta o arqueólogo. Quería contar su intimidad, y cómo su vida giró en torno a eso", se refiere a sus amores, a sus pasiones, a su sensualidad, sus deseos, que sólo se vieron aplacados durante la contienda.
El escritor revisaba las copias a máquina, editaba, añadía frases y párrafos, suprimía fragmentos, modificaba la puntuación y las expresiones, arreglaba un texto espontáneo con todo lujo de detalles. Quiso cuidar su lado más íntimo sin olvidar lo artístico, quiso mostrar la verdad pero también lo bello, quiso parecer franco pero no ingenuo. Hizo un texto revisado, en fin, de acuerdo a la voluntad del poeta. Y el resultado es un viaje extremadamente sensual desde su primera inocencia perversa a los 8 años de edad, aprendiendo de los labios, las manos, las caricias en las camas desiertas de sus primos. "Escenas que fueron la levadura de nuestro mecanismo morboso y secreto en el futuro", escribe en las primeras entradas.
Mientras sus vecinos infantes conducían puercos y cabras por las calles de La Carlota, él vivía en palmitas bebiendo huevos calientes del gallinero, para sorberlos "golosamente". Bernier reconoce que se crió en un mundo de buenos muslos en pepitoria y de lomos recién sacados de la manteca. Una infancia en casas grandes y vacías como palacios, en zonas sombrías. "En algunos momentos de soledad nuestros juegos no eran solamente de gustos honestos".
"Bajo los cánticos se instituía la matanza y el asesinato más o menos legal"
Tiros de gracia
Con 10 años sale del pueblo camino de Córdoba, donde le sorprenderían las noticias de los militares. Atrás deja el trigo fresco que cruje, el zumbar de las avispas en la parra, las siestas que invitan a la caricia. Ahora tiene 25 años y cada tiro que suena lleva un nombre. "Para matar, los rojos habían escogido las iglesias; los nacionales, los cementerios. ¿Dónde sería la muerte menos lúgubre?", escribe pocos días antes de ser reclutado para un batallón de castigo en el bando de los rebeldes.
Y con la guerra acaba la voluptuosidad, pero se refugia en el paisaje, símbolo de la integridad: "El río corría lento, imperturbable, neutral", cuenta mientras España se ahoga en sangre. En Ávila le sorprende al cordobés, por primera vez, la nieve: "El terciopelo blanco que todo lo recubre". También le llama la atención las levitas de los soldados alemanes de la Cóndor: "Con una identidad militar perfecta, en contraste con la heterogeneidad de los nuestros. Abundan pieles en los cuellos, pantalones de pana, cazadoras, gorros de montaña, etc.", cuenta desairado.
Bernier es un poeta con fusil conquistado por el paisaje que recorre con su compañía. En los bosques de Tremp para y respira: "Abro los pulmones al aire denso y balsámico, aspirando fuerte, con el ansia de sorber todo el paisaje, el aroma y el color que me rodea. Me siento feliz". Su entrega al horizonte choca irremediablemente con el horror: "En el campo cercano de Valdespartera, horrible y ávido paisaje de albero y sequedad, sin una planta, sin un árbol, coloreado sólo cada día por la sangre fresca de veinte o treinta rojos fusilados en la noche Generalmente se los llevan, pero otros días nos encontramos los montones sangrientos donde los charcos de sangre quedan fríos, como gelatina roja sobre la tierra alba y las gafas rotas, las prendas olvidadas de los muertos".
Antes de que la carne vuelva a resucitar el ánimo de Juan Bernier, todavía tiene que pasar por el trago de hacerse el falso duro ante cuerpos sangrantes que huelen a pólvora: "Así mueren nos explica desde su caballo el teniente Sicilia los enemigos de la religión y de la patria. Se les ha robado todo, pero yo no caigo como el cabo y amigo Marcos en llevarse unas tenazas para sacar los dientes y muelas de oro de estos fusilados que muchos días quedan sin retirar".
Trallazos de sufrimiento
Hasta que llega el año de su liberación. Ha escapado de tres años de guerra, de la resignación y la tristeza. En Melilla se arrepiente de su fe en el ser humano, de su inocencia campesina: "La libertad ciega y brutal me enseñó, con trallazos de sufrimiento, mi exceso de confianza en la bondad y el perfeccionamiento humano. Vi, claramente, cómo todas las normas, las más respetables y espirituales creencias, los más altos principios no impedían el crimen, sino que incluso servían para justificarlo", escribe. Tras su paso por la guerrare conoce que odió la severidad falsa de la moral, la "inservible barrera de la religión". Su rencor crecía contra la imposición de un modelo que le coartó su sexualidad: "Tanto más cuanto, hasta mis 20 años, había creído pecado mi forma de ser, cortando en lo posible el pujante ímpetu de mis deseos".
Juan Bernier conoció la vida y se justificó a sí mismo una vez se desprendió de los lazos que le mantenían atado a la religión. Y ya en 1939 siente cómo la carne vuelve a bullir: "Me parece, después de este trajín cruel y heroico de la guerra, que no hay más fin ni más ímpetu, dentro de mí mismo, sino este afán, este deseo abierto de las formas y una voluptuosidad que escapa de todo lo que me rodea".
Ahí está el poeta sin sus aperos para la guerra, después de tantos años de lucha en el bando vencedor, regresando a su Córdoba vencido y entregado en cuerpo y alma a sus apetitos, entregándose a la conquista de adolescentes para olvidar. Bernier vuelve a darse a la fuga, esta vez huye de sus recuerdos con una visión sexual que tuvo que esconder en las casas particulares, en urinarios de jardines públicos, lejos de la luz pública y la mirada inquisitorial. "Mi secreto está prohibido, sólo él y no el del crimen, pero haré que mi senda escondida triunfe unido a este mar y tierra de belleza sobre el escenario humano de cuchillos".
Poemas cruzados por una guerra
‘Poema de agosto'
Noches de luna y de sangre. Ahí están mis amigos y yo estaré acaso. En los muros del cementerio, las
caras son más pálidas que la cal.
Un ruido que llena todos los espacios nocturnos, y, después, millones de estrellas en el cielo y unos
pocos hombres menos, en la tierra.
Unos hombres a quienes todos abandonan, todos. Hasta su misma sangre les deja...
Escrito en 1936, antes de que fuera reclutado en octubre para formar parte del ejército sublevado
‘Tánger'
Se rompen las cadenas. La carne deja los calabozos. Los pescados
se esfuman bajo el limpio abrazo del sol y de la arena. Hambre
de pan y hambre de sexo complementan cópulas del África y la Europa.
Torsos albos a los oscuros tactos de fuerza genital se ofrecen
en masoquista ansia de seminales ríos y el sol y el sexo se confunden
en lupanares sin rejas, oscuros cuartos tibios
de cortinas de esperma que mueven secas ondas
de levantes marinos...
En ‘tiempo de deseo', 1977