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Vaqueros enamorados

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    fuente: lavanguardia.es

    Vaqueros enamorados

    ASTRID MESEGUER - 30/01/2006 - 10.00 horas
    Barcelona

    Hubo un tiempo en que los vaqueros simbolizaban al hombre hecho a sí mismo, al tipo duro y salvaje que se pasa el día domando caballos, cuerda en mano, con su inseparable sombrero y las botas puestas hasta para morir. Esa imagen es la que a casi todos se nos viene a la memoria cuando recordamos los clásicos westerns de John Ford con el valiente y solitario John Wayne como protagonista o con el ahora setentón Clint Eastwood en los spaghetti western de Sergio Leone. Pero no olvidemos que esa aparente virilidad asociada a las películas del Oeste ha servido muchas veces de excusa para esconder una más que visible sombra de connotación homosexual. ¿Recuerdan a la masculina Joan Crawford de Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954), a Paul Newman en El zurdo (Arthur Penn, 1958) o al chapero buscavidas que encarnaba Jon Voight en Midnight Cowboy (John Schlesinger, 1969).

    La visión por excelencia del vaquero viril y heroico es precisamente lo que ha querido desmitificar Ang Lee con su historia de dos cowboys enamorados en la Norteamérica de 1963, una mala época para salir del armario y peor aún para que dos jóvenes veinteañeros puedan convivir juntos sin levantar las sospechas de una sociedad formada a través de rígidas convenciones que margina todo aquello que no sea considerado 'normal'.

    Para Lee, rodar Brokeback Mountain, basada en un relato corto de la escritora E. Annie Proulx, le habrá servido quizás para exorcizar una relación no demasiado buena con un padre que nunca le apoyó en su condición de cineasta (quería que su vástago fuese arquitecto) hasta poco antes de morir, exactamente dos semanas antes de empezar a rodar esta historia de tintes melodramáticos, a la altura de las mejores obras de Douglas Sirk. Cuenta el prestigioso director que precisamente la muerte de su padre fue el detonante para llevar a cabo la película y que toda su vida se basó en buscar la aprobación de la figura paterna. Una relación tormentosa que comparte de alguna manera con los protagonistas del filme, Ennis del Mar (espléndido Heath Ledger) y Jack Twist (Jake Gyllenhaal), dos jóvenes traumatizados desde la infancia por sus respectivos cabezas de familia y las severas tradiciones ancestrales que acarrean.

    Jack es el tipo de chico dinámico, atrevido y locuaz que contrasta con la personalidad tímida y reprimida de Ennis, un joven huérfano de pocas palabras y mirada huidiza. En el verano de 1963 trabajan para el rudo ranchero Joe Aguirre (Randy Quaid) cuidando de un rebaño de ovejas en las asombrosas montañas de Brokeback, en Wyoming. Su silenciosa relación de amistad se convierte, durante una fría noche animada por el whisky y empujados por la soledad, en un inesperado ataque de pasión descontrolada donde sus cuerpos desnudos retozarán violentamente en el interior de una minúscula tienda de campaña, con el único testimonio de la naturaleza salvaje alrededor. Lo que se desata entre ellos es puro instinto animal.

    Consternados por lo que ha ocurrido, al día siguiente ambos niegan su condición de gays, sobre todo Ennis, que se casa en noviembre con su novia de siempre, pero no tardan en caer de nuevo en ese terreno, acaso peligroso, de sentimientos confundidos. Luego acaba el verano y se despiden sin más. Cuatro años más tarde se produce el reencuentro; pero ahora ambos están casados y con hijos que mantener. Especialmente escalofriante resulta la escena en la que Alma (Michelle Williams), la mujer de Ennis, sorprende a los amantes besándose a escondidas sin poder reprimirse. Y esa situación se alargará durante veinte años más, de manera intermitente, con reprimendas de por medio y siempre de espaldas a una sociedad ultra conservadora y fanáticamente religiosa; la misma que hace poco ha obligado a prohibir el estreno de la cinta en Utah y Virginia.

    Jack y Ennis sólo son felices cuando pasean su amor por la inmensidad de ese paisaje que les envuelve y que abruma al respetable por su belleza, auténtico espectáculo visual que Ang Lee nos regala transformado en el tercer personaje a destacar. La naturaleza desbordante es el voyeur accidental que observa sin pudor el amor que se profesan los vaqueros, además de compartir su drama personal. Y es precisamente en este privilegiado escenario donde ambos se sienten protegidos y pueden vivir sin temores sus más íntimos sentimientos.

    El cineasta taiwanés, cuya filmografía abarca títulos tan diferentes como Tigre y dragón, El banquete de bodas, Sentido y sensibilidad o Hulk, ha dado una patada a la América más opresora y arcaica de Bush con su audaz y conmovedora apuesta, injustamente etiquetada de western gay. Brokeback Mountain es más que una película sobre dos hombres que se desean con la decadencia del western contemporáneo de fondo; habla especialmente de la ilusión del amor, de ese que nos golpea con fuerza sin avisar y al que no podemos dar explicación lógica alguna. No importa que sea un amor homosexual o heterosexual. El logro de Lee estriba en elevarlo magistralmente a la categoría de universal y hacer que el espectador se emocione conforme avanza el relato, como demuestra en la impactante secuencia final en la que Heath Ledger ofrece una de esas interpretaciones que marcan toda una carrera.

    Ang Lee no lo ha tenído fácil a la hora de abordar su aclamada historia de vaqueros enamorados. Nada hacía presagiar en principio que su modesto filme iba a acabar siendo el título sorpresa de la temporada. Hay tabúes difíciles de superar, pero el director se ha arriesgado al máximo sin pensárselo dos veces y el resultado es una película rodada con la misma elegancia y seriedad a la que nos tiene acostumbrados en otros trabajos, huyendo de las escenas excesivamente morbosas -es cierto que algunas contienen besos brutales y sexo violento, pero Lee no se recrea en ellas gratuitamente- y evitando el cliché de los buenos y los malos. Con todo ello, el realizador afincado en Nueva York ha elaborado una cinta de calidad basada en un excelente trabajo de dirección, con actores entregados, un sólido guión y un presupuesto no demasiado elevado -13 millones de dólares- para el dineral que se acostumbra a manejar en algunas bazofias del acobardado Hollywood.

    Hasta el momento, la película ya ha cosechado cuatro Globos de Oro, se hizo con el León de Oro en el pasado Festival de Venecia, cuenta con el beneplácito de la crítica americana y parte como favorita en la quiniela de los Oscar. Ahora sólo está por ver si obtiene el espaldarazo definitivo de los vetustos miembros de la Academia, que de un tiempo a esta parte se vienen mostrando más liberales que de costumbre. Esperemos que esta vez tampoco nos defrauden.
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