Palabros
Siempre me ha interesado el uso y el abuso de las palabras por parte de los seres humanos, pero confieso que el tema empezó a obsesionarme más en serio a raíz de la polémica desatada hace un tiempo por la tristemente famosa “miembra” que osó pronunciar la ex ministra de Igualdad Bibiana Aído. Desde entonces vivo sin vivir en mí, buscando y rebuscando palabras y palabros en el diccionario de la Real Academia Española (RAE) para intentar arrojar un poco de luz sobre las dudas que me asaltan. De momento, he llegado a una sola conclusión: el lenguaje no es sexista en sí mismo; el uso que de él hacemos las personas y las instituciones, sí. Y cuando determinadas instituciones encargadas de establecer las normas del lenguaje huelen a sexismo, el problema está servido y el debate parece imposible.
Perpleja me quedo al leer la primera acepción de “hombre” en el diccionario en línea de la RAE: “ser animado racional, varón o mujer”. No puedo creer que en el tercer milenio de nuestra era sigamos con el masculino globalizador como norma establecida por la máxima autoridad lingüística de nuestro país. No entiendo por qué debo sentirme incluida dentro del término “hombre” cuando ningún hombre se siente incluido en el término “mujer”.
Salto de pantalla en busca de la definición de “mujer”, cuya primera acepción confirma lo dicho: “persona de sexo femenino”. Sigo leyendo y encuentro hasta seis expresiones sinónimas de “prostituta”: “mujer del arte”, “mujer del partido”, “mujer de punto”, “mujer mundana”, “mujer perdida” y “mujer pública”. Compruebo en cambio con estupor que, lejos de significar “prostituto”, un hombre público es aquel “que tiene presencia e influjo en la vida social”.
Mi creciente indignación me lleva a continuar indagando. Craso error, porque, cuanto más busco, menos me gusta lo que encuentro. Así reza la tercera acepción de “masculino”: “varonil, enérgico”. Y aquí la sexta de “femenino”: “débil, endeble”.
Me cago en todo largo rato, pero después reflexiono para intentar convencerme de que la cosa no está tan mal como parece. Me digo que quizá estamos a medio camino entre el inglés americano, que ha sabido encontrar todo tipo de formas neutras para evitar expresiones sexistas, y el japonés, que combina varios alfabetos reservando ciertas palabras para el uso exclusivo de los hombres y otras para el de las mujeres. Concluyo que la peor parte se la llevan, de nuevo, ciertos países árabes, donde la mujer ni siquiera tiene derecho a hablar… Quien no se consuela es porque no quiere…
Carme Pollina
Periodista y escritora.