Desde el pasado verano esta ley ha hecho felices a muchas mujeres y a muchos hombres homosexuales, que ahora, por la razón que sea, porque les da la gana -porque por qué no- , han decidido casarse y han podido hacerlo, quién nos lo iba a decir, en igualdad con el resto de la ciudadanía.
A lo largo de estos doce meses las parejas de lesbianas y gays han acudido a los Registros Civiles para casarse. No debería importar si han sido muchas o pocas. Creo que es irrelevante si se han celebrado muchas o pocas bodas entre personas del mismo sexo, las leyes no deben hacerse al peso, su importancia no debe estimarse cuantitativamente, pero es que, además, se supone que alrededor de un diez por ciento de las parejas que se han casado en estos últimos doce meses, han sido parejas homosexuales.
Durante las primeras semanas, los primeros meses, en el comienzo de la normalización legal, lesbianas y gays con intención de hacer uso de la ley recién estrenada hacían cola, ellas con ellas, ellos con ellos, cada oveja con su pareja, -peras con peras y manzanas con manzanas- para presentar los papeles de matrimonio y lo hacían entre una inevitable expectación. Todo era nuevo, nuevo para todo el mundo, incluso para los propios protagonistas. La gente, el resto de las parejas que también esperaba turno para presentar sus papeles, miraba, entre la extrañeza y la curiosidad; incluso había quien –aunque eran pocos- se atrevía a ir más allá en su comentario, soltando alguna memez machista, cierta gracieta tintada de rancio heterosexismo o, lo que es peor, algún disparate trufado de homofobia. Pero, en general y mayoritariamente, la mayoría reaccionaba con naturalidad, con simpatía, muchas personas incluso con evidente empatía, asimilando como si tal cosa la presencia y la pretensión –pretensión de igualdad- de esa pareja que, aunque inusual, no resultaba del todo extraña, pareja que rezumaba ilusión, -tantos años esperando esto- una cierta inseguridad y a la que siempre, siempre, jóvenes o mayores, ellas o ellos, se le traslucía el amor.
Y allí estaban esperando para presentar papeles, en las ventanillas y en los pasillos de los Registros y los ayuntamientos, conscientes y orgullosos, también con timidez y emoción, muchos hombres y mujeres, lesbianas y gays, a los que desde siempre y durante toda su vida se les negó la dignidad, se les negó el derecho a amar, se les arrebató el derecho a ser, el derecho a existir. Estaban allí, lesbianas y gays, con muchos años de armario y frustración a la espalda, con mucho dolor sufrido a causa de su diferencia.
De mil maneras. Con la violencia, con el insulto, con el desprecio, con la invisibilidad…. Y estaban –por fin- allí, esperando su turno en un Registro Civil cualquiera, esperando su turno para poder disfrutar del derecho tan peleado, para poder disfrutar de la ley, para poder disfrutar de la vida, para sacar del armario a su amor.
Parece que fue ayer y ya ha pasado un año. Un año que ha visto muchas caras felices, muchas manos uniéndose delante de un juez, de un alcalde, mientras se desgrana una fórmula legal que consagra la dignidad, la igualdad, que sanciona el amor. El amor de dos mujeres, de dos hombres. Un año de amor.
Boti Gª Rodrigo.
Vocal de la Comisión Permanente de la FELGT
Ex presidenta de COGAM