Vivimos en una época que ha convertido la vejez en una palabra sucia. La gente gasta mucho dinero, esfuerzo, tiempo, salud, en parecer más joven de lo que es realmente. Operaciones, cosméticos, tratamientos muy costosos y dolorosos… en una loca carrera para huir de algo que, indefectiblemente, nos terminará alcanzando. El mito de la juventud se ha instalado definitivamente entre los gays, quienes han creado y sostienen una subcultura en la que se rinde culto a la juventud y en la que se desprecia y se denuesta, hasta límites increíbles, a los ancianos. En todo caso, lo cierto es que en los últimos años el tema de la vejez gay ha suscitado numerosos artículos, libros y estudios. Sin embargo, como siempre, hay muy pocos estudios relativos a la vejez de las lesbianas. Lo poco que se sabe sobre este tema parece sugerir que llegadas a la vejez y paradójicamente, las lesbianas pueden vivir una vida en la que disfruten, en algunos aspectos, de una mayor calidad de vida con respecto a los gays y a las mujeres heterosexuales, aunque también existen discriminaciones específicas que hay que conocer y combatir.
El problema de la vejez afecta especialmente a las mujeres en una sociedad patriarcal como la nuestra. Al ocupar en esta cultura todavía un lugar eminentemente sexual y reproductor, las mujeres, a lo largo de la historia, sufren de una aun mayor desvalorización en el momento de la menopausia cuando su papel como reproductoras desparece y su papel sexual, de una manera simbólica también. No son pocas las mujeres heterosexuales que han relatado que llega una edad en la que sienten que se vuelven «invisibles». En la cultura occidental patriarcal «las brujas» son las ancianas sabias, aquellas que, lejos ya de los imperativos biológicos, se atreven a desafiar los mandatos de su género adquiriendo y transmitiendo conocimientos. Puestas en el lugar al que se dirige la mirada masculina, las mujeres que dependen de esa mirada son las que se sienten «invisibles» y son las que se agrandan y achican los pechos, las que se estiran las arrugas, se quitan la celulitis y las que se angustian cuando esa mirada, que las ha acompañado a lo largo de su vida, valorizándolas, desaparece.
En relación a la edad, a la vejez, y con la ventaja anteriormente mencionada sobre las mujeres heterosexuales, las lesbianas se encuentran, como hemos dicho, en una situación paradógica. Como lesbianas comparten con los gays todas las discriminaciones que una sociedad homófoba ejerce sobre las personas con una orientación sexual distinta a la de la mayoría. Como viejas comparten también con los hombres todas las exclusiones que son producto de la poca consideración social a esa etapa de la vida; como mujeres, todas esas situaciones se ceban aun más en ellas: la pobreza, la falta de recursos, la invisibilidad, la discriminación en las instituciones, el heterosexismo dominante, se ceban en los viejos y de éstos siempre en los más débiles, en los más vulnerables, en este caso en aquellos con una orientación sexual homosexual o en las mujeres.
La pobreza, por ejemplo, que es uno de los problemas más acuciantes para todos los ancianos afecta en proporción mucho mayor a las mujeres que a los hombres, y entre aquellas también a las lesbianas. Los problemas de salud son una de las mayores preocupaciones de las personas mayores en todas las sociedades. Unos servicios de salud no preparados para asumir la homosexualidad de sus clientes pueden provocar la desconfianza de éstos y, debido a este problema, tratamientos erróneos o ineficaces o incluso desprotección frente a las enfermedades. En su vejez, las lesbianas pueden estar necesitadas de atención sanitaria en mayor aun medida que los gays. Si durante toda su vida las mujeres tienen que prestar una atención especial a las enfermedades relacionadas con la ginecología, en la ancianidad esta necesidad es aun mayor. Pero al estar la medicina ginecológica relacionada con la vida sexual y reproductiva de las mujeres, es un sector de la medicina que está especialmente afectado por los prejuicios y por el sesgo patriarcal que todavía rige todo lo que se refiere a la sexualidad femenina. Así, si la presunción de heterosexualidad está presente en todos los ámbitos de la vida de las lesbianas, aun más enraizada lo está medicina ginecológica que en España continúa indefectiblemente identificando sexualidad con sexualidad heterosexual y aun ésta con penetración. Cuando los ginecólogos preguntan a una paciente si mantiene relaciones sexuales, lo que la están preguntando es si es penetrada habitualmente, pregunta esta que confunde y enmudece a muchas lesbianas. La presunción de heterosexualidad es un factor decisivo en la incomodidad que las mujeres lesbianas declaran sentir ante el ginecólogo que, además, realiza las exploraciones sin ningún cuidado ni delicadeza. Las lesbianas han declarado en todos las encuestas que se han hecho (en EE.UU por supuesto) que se sienten maltratadas y muchas veces humilladas por los ginecólogos, en quienes no pueden confiar para contarles sus problemas de salud. Esta reticencia para acudir al especialista es lo que ha convertido el lesbianismo en un factor de riesgo frente a determinadas enfermedades de origen ginecológico, como el cáncer de mama o de cuello de útero, o de ovarios. Esa es la razón principal, hay otras de menor importancia, de que las lesbianas sufran estas enfermedades en mucha mayor medida que las mujeres heterosexuales y de que éstas no sean adecuadamente prevenidas ni combatidas. Las pautas claramente patriarcales y heterosexistas que imperan en la medicina tienen la culpa.
Lo dicho hasta ahora es la cara negativa de la vejez de las lesbianas, pero no es la única cara. Según los escasos estudios publicados sobre el tema, las lesbianas viven su vejez en mejores condiciones que los gays y, casi siempre en mejores condiciones también que las mujeres heterosexuales a quienes sus matrimonios impidieron crear o conservar fuertes vínculos con otras mujeres. Respecto a los gays y a las mujeres heterosexuales, las lesbianas tienen la enorme ventaja de que la cultura femenina no ha instaurado la juventud ni la belleza física como valor supremo por el que regirse en sus relaciones con los demás; las mujeres no están socializadas para primar esos factores sobre otros a la hora de buscar pareja o de enamorarse. No es que las lesbianas no quieran ser también valorizadas y apreciadas por una mirada de deseo; es sólo que la mirada que las lesbianas desean sobre sí, la mirada de otra mujer, será como la mirada que las mujeres heterosexuales dedican a los hombres a los que desean y a los que aman, una mirada que valorará otros aspectos de la personalidad que no los puramente físicos. Las lesbianas, al fin y al cabo, han sido socializadas como todas las mujeres y como ellas aprendemos a mirar y a desear. Esto hace que las mujeres lesbianas puedan enamorarse, encontrar pareja y ser deseadas por otras mujeres hasta edades muy avanzadas.
No es infrecuente que en los grupos de lesbianas existan parejas formadas por mujeres mayores que conviven con mujeres mucho más jóvenes y la discriminación por edad no se produce apenas, al menos no por el momento, en los grupos de lesbianas, donde conviven sin demasiados problemas mujeres de todas las edades. No es infrecuente tampoco que mujeres que pertenecen a diferentes grupos generacionales establezcan fuertes, estrechos y duraderos vínculos de amistad. Amistades femeninas que incluyen el cuidado, la intimidad y la cercanía emocional, lo que, indudablemente, es un factor muy positivo en un momento de la vida en el que está sociedad volcada a la juventud abandona a sus mayores en la soledad y el desamparo. Las lesbianas no se sienten solas tan a menudo y disponen de más recursos que los gays para vivir esos años. Además, no hay que olvidar que las mujeres viven más que los hombres, por lo que las lesbianas pueden vivir con su pareja y con sus amigas de siempre hasta edades muy avanzadas, hasta edades en las que las mujeres heterosexuales se han quedado viudas y los gays han perdido a su pareja y a sus pares de edad.
Por otra parte, la famosa invisibilidad de las lesbianas, que persigue y acompaña a las lesbianas durante toda su vida, puede llegar a convertirse en el factor que permita que dos mujeres vivan juntas en su casa o en una residencia, o que se visiten unas a otras, o que duerman unas en casa de las otras, o que viajen juntas, sin ser por eso sometidas a presión de ningún tipo, y eso en un momento de la vida en que se es especialmente vulnerable a la presión del entorno.
Otro factor que incide favorablemente en la calidad de vida de las lesbianas ancianas es que, a lo largo de su vida, las lesbianas, como las mujeres en general, han protegido y cuidado sus vínculos familiares en mayor medida que los gays y en mayor medida también que los hombres heterosexuales, por lo que la soledad y el aislamiento no les afecta de la misma manera. En los últimos años, además, muchas lesbianas están teniendo o adoptando hijos con los que mantendrán relaciones muy cercanas que se mantendrán fuertes en esos años.
Todo lo dicho no obsta para que, en los años que vienen no tengamos las personas que trabajamos en contra de la discriminación y de la marginación a que esta sociedad somete a lesbianas y gays, que ocuparnos de la calidad de vida de las lesbianas ancianas, de las nuevas discriminaciones y de las antiguas, de sus necesidades, de sus deseos, de valorar sus vidas, transcurridas en una época en la que ser lesbiana y vivir como tal era algo muy diferente de que lo es ahora; tendremos que escucharlas para que nos enseñen lo que saben, aprender de ellas, mirarnos en ellas, para poder finalmente llegar a ser como ellas. Las lesbianas tendremos que resistirnos a dejarnos llevar por la marea de una sociedad y de una cultura que desprecia e ignora a sus mayores, simplemente porque ese trato es injusto, pero sobre todo porque es suicida: viejas vamos a ser todas.
Beatriz Gimeno
Escritora
Ex-presidenta de la FELGTB