(text no disponible de moment en català, perdoneu les molèsties)
No sé tú, pero en lo que a mí respecta, empiezo a cansarme de poder predecir con tanta facilidad cómo va a acabar una película de temática LGTB, porque existen, y unas cuantas, quizá no las suficientes, y muchas de cuestionable calidad, pero las necesarias para dejar sin lágrimas a cualquiera.
Si aún te quedan y te apetece ahogar tus penas con algunas, no tengo pocas para recomendarte: Brokeback Mountain de Ang Lee, Jossie and Jagger de Eytan Fox, Aimée y Jaguar de Max Färberböck, El último suspiro de Lea Pool, Hamam de Ferzan Özpetek, Y tu mamá también de Alfonso Cuarón, It’s my party de Randal Kleiser, Breaking the surface de Steven Hilliard o Los Testigos de André Téchiné. Para acabar con las cuatro gotas saladas que puedan quedarte, puedes echarle un vistazo a El cielo dividido de Julián Hernández, Tormenta de verano de Marco Kreuzpaintner o bien Harry y Max de Christopher Münch.
De la película: “Tormenta de verano (Summer storm)”
Parece que las haya escogido a conciencia, y en esta ocasión así ha sido, pero prácticamente podrían haber sido elegidas por azar. Films teñidos de asesinatos, suicidios, enfermedad, separaciones, dolor, incomprensión, soledad.
No voy a cuestionar hasta qué punto tratan de reflejar una realidad palpable en muchas ocasiones, porque de hecho, sólo hay que pasearse por el mapa elaborado por Daniel Ottosson para la ILGA – International Lesbian and Gay Association – (http://www.ilga.org/map/Derechos_LGBTI.jpg), para comprobar que hay al menos ocho países que castigan la homosexualidad con pena de muerte y otros setenta estados que la penalizan en sus leyes.
Tampoco voy a cuestionar ni las motivaciones personales de los equipos de dirección, producción e interpretación, entre otros, que llevaron a cabo la realización artística de cada uno de los largometrajes, ni el presupuesto que destinaron a los mismos. Sin embargo, sí me pregunto por el guión, por esa trama que concluye, al parecer, en un inevitable final trágico.
Eric Berne, reconocido psiquiatra canadiense, puntualizó muy acertadamente, tanto para la esperanza del trabajo psicoterapéutico de diferentes profesionales de la salud, como para las personas que han sabido aplicarse su ‘lección’, en cuanto a la posibilidad de cambio real de lo que denominó guión de vida.
El guión de vida, en muy resumidas cuentas, e injustamente por tratarlo de resumir en dos líneas, sería algo así como la historia de vida esperable que debe vivir una determinada persona. Siguiendo a Berne, se basa y construye con las decisiones importantes tomadas por el mismo niñ@ en muy temprana edad, con los recursos existentes para entonces, de acuerdo al entorno en el que vivía y bajo la importante e inevitable influencia de las figuras parentales que tuviese, para adaptarse y sobrevivir a las circunstancias.
A menos que dicho individuo no forje, lo que el mismo Berne denominó Guión de Triunfador, y por tanto sea de No Triunfador o de Perdedor, podría esperarse que viva una historia mediocre y/o trágica.
Aunque no es mi propósito extenderme más allá en la teoría de Berne, pues para eso podéis consultar su ensayo: “El guión de vida”, apreciar el necesario material que servirá para la formación del mismo. Siguiendo el estudio de Luis Casado: “Análisis Transaccional: aquí y ahora”, Berne citó los conceptos de: saldo de guión –que explica que las figuras parentales dirán al/a la niñ@ cómo acabará viviendo-, requerimiento de guión –una orden parental negativa injusta, que de ser repetida con frecuencia quedará grabada en el/la niñ@ como desmerecedor de lo oportuno-, provocación del guión –el estímulo de la conducta que conduce a un determinado saldo de guión-, contraguión –determinará el estilo de vida de alguien-, patrón o programa –el que indica al niñ@ cómo vivir para cumplir con el guión-, impulsos juguetones –los impulsos que pelean por rebelarse contra los mandatos de las figuras paternas-, antiguión o liberación interna –en ocasiones en el propio guión indica cómo liberarse de él, aunque sea a un coste elevado-.
Como bien aprecio, Berne en su sensata y clara sabiduría establece la responsabilidad y la toma de conciencia de quién es cada uno y quién podría ser, como elementos imprescindibles para comprenderse y ejecercer los reajustes necesarios sobre sí mism@s para provocar un cambio hacia la superación del guión establecido y conducirse hacia un presente justo y un futuro esperanzador.
Varias preguntas, con compleja y posible variada respuesta me vienen a la mente: ¿Para qué se producen y/o visualizamos películas con finales trágicos? ¿Para demostrar lo víctimas que somos en muchos casos, para sentirnos identificados y comprendidos como víctimas, para hacernos más víctimas aún? Si es cierta la teoría de Berne, si tanta influencia tienen las figuras parentales sobre nuestra construcción de la personalidad y el guión de nuestra vida, y si es el/la propi@ niñ@, deliberadamente, y con los condicionantes que tiene, quien acepta y decide cuál será su saldo de guión, de ahí los términos de responsabilidad individual del/de la niñ@ y de la importancia de una educación basada valores humanos de respeto y tolerancia por parte de las figuras parentales. A esto y por analogía, ¿Cuán no se asemeja a la autoridad paternal de un Estado hacia sus ciudadanos? ¿Hasta qué punto la persona es consciente de los verdaderos recursos con los que cuenta en la sociedad en la que vive y hasta qué grado va a aceptar esos mandatos inhibidores que se le imponen a fin de adaptarse, reprimiendo una parte de sí misma, como es la sexualidad? ¿Hasta qué punto atajar o hasta qué punto reescribir?
De la película: “El último suspiro (Lost and delirious)”
Como decía, lo esperanzador de la teoría de Berne, sobre el guión de vida, y palpable por muchos psicoterapeutas y personas que inician un proceso de crecimiento personal a través de ella, es la confianza en la posibilidad de cambio. Si con un guión de Triunfador se pueden hacer cosas increíbles, se apostaría en que no es menos cierto que con los cambios oportunos, y confiando en el ser humano, los de No Triunfador o Perdedor son modificables.
Creo que como personas adultas ya no tenemos por qué seguir atajando ciertas decisiones que tomamos por necesidad de aceptación en nuestra infancia, por mucho que ahora sean inconscientes y que no recordemos que las tomamos en su momento. Y que, no por ello, somos menos responsables de las mismas. De hecho, podemos reescribir nuestra historia. La historia de nuestra sociedad, la historia de nuestro mundo. Poco a poco, con esfuerzo, atribuyéndonos la responsabilidad que nos corresponde como personas proactivas, siendo consecuentes de que toda acción tendrá repercusiones, consecuencias, y que habrá que ver qué se hace con ellas. Y evadirlas considero que no será la solución más madura.
Y lo creo sinceramente. Asumiendo esa responsabilidad de toma de conciencia, de voluntad para el cambio, de que somos nosotr@s, el colectivo LGTB, una parte importante de la sociedad y tenemos el pleno derecho y deber de determinar nuestro propio guión y, por lo tanto la dirección de nuestras vidas, quizá, y ridiculizándolo mucho, algún día y tras ese progresivo cambio, pueda sonreír o reír a carcajada abierta con otros films que no repitan una y otra vez lo que ciertamente en muchas ocasiones nos ha tocado vivir, o lo que viven muchas otras personas día tras día. Sin ridiculizarlo, y ejerciendo de buenas figuras parentales para otros Estados, a mí juicio, menos afortunados que el nuestro, tal vez tenga la ocasión de que podamos ver algún día en la gran pantalla alguna película de temática LGTB sin un final injustamente humano, a servirse de ejemplo con las anteriormente mencionadas, y sabiendo que ya no en unos ochos países las personas mueren por amar a otra persona de su mismo sexo, que para ellas también habrá otra puesta de sol, y que podrán además contemplarlas delante, y no detrás, de unas rejas, cumpliendo cadena perpetua o condena de hasta incluso más de once años de prisión, en unas condiciones deplorables.
Como te decía, no sé tu. Yo empiezo a cansarme. Realmente ya lo estoy. Quiero promover el cambio, empezando por mi historia en este mundo y en esta época.
En términos de libertades, de compromiso social e individual, si tu decisión es consciente, deliberada, en definitiva adulta, y coincide con la mía, la de querer promover un cambio en nuestro guión de vida, en la historia, si acaso no lo estás haciendo ya, y me permites una sugerencia, concreta el cómo, la manera, en un hecho real, palpable. Tal vez ciertamente no puedas hacer ni muchas ni grandes cosas. Quizá sí. En cualquiera de los casos, especialmente en el primero de ellos, tal vez te sirva lo que se dice y creo que acertadamente: en muchas ocasiones son los pequeños detalles los que marcan la gran diferencia. Uno por tí, uno por mí. Desde ese momento, el mundo, empieza a ser diferente, para much@s, un lugar un tanto mejor.
Tú eliges. Yo ya lo he hecho.
Por Javier Águila
Autor de: “La oportunidad de Dan”, Ed. La Tempestad
javier@laoportunidaddedan.com