Laurentino Vélez-Pelligrini — La cuestión del matrimonio y el deber de solidaridad..

Fotografía de Laurentino Vélez-Pelligrini

Es conocido cuánto he criticado el matrimonio y los Nuevos Modelos Familiares, por considerar que suponían un acoplo y subordinación del colectivo LGTB ante el universo hetero-simbólico. A riesgo de repetirme, sigo incidiendo en que el matrimonio gay y lesbiano es una claudicación cultural frente a la heterosexualidad obligatoria. Además de un ejemplo de cómo algunos gays y lesbianas se empeñan en ofrecer imágenes respetabilistas que molesten lo menos posible a la sociedad. Todo ello es lo que he denominado posturas políticas asimilacionistas. No sólo considero que ha habido falta de debate en torno a la cuestión, pero que a título de plus, también ha contribuido en mucho a relegar a un segundo rango otras cuestiones que en cambio me parecen más trascendentes: el ámbito educativo y laboral, las interacciones entre homofobia, racismo y xenofobia, las identidades sexuales complejas o cuestiones como la identidad y la violencia de género, que también es un tema que concierne al colectivo LGTB. Nadie ignora que desde las corrientes queer o desde las tendencias constructivistas nos hemos mostrado muy críticos frente a una cuestión del matrimonio que, en mi modesta opinión, empobrece el debate político y teórico y por momentos oculta la verdadera diversidad de los proyectos de vida en el colectivo LGTB. Continuo pensando además que las reformas legales se tornan disfuncionales si no van a acompañadas de una crítica cultural y revisión de los sistemas simbólicos articulados en torno a los binarismos de género. No estoy muy seguro que el matrimonio aporte respuesta alguna a las discriminaciones que viven algunos gays, por ejemplo, afeminados o con discapacidades o a las lesbianas negras o inmigrantes. Dicho esto y cómo se suele decir coloquialmente, “lo valiente no quita lo cortés”.

Si lo “valiente” es para mí poner en jaque los discursos políticos que pretenden reducirlo todo al común denominador del matrimonio y de los Nuevos Modelos Familiares, lo “cortés” es reconocer que ambos también constituyen el proyecto de vida, si no de todo el colectivo LGTB ( como han pretendido algunas voces) si de un sector del mismo. Ya no cabe entrar en cuál es su importancia cualitativa. Se comparta o se rechace ( como es mi caso), esa forma de vivir la homosexualidad, el lesbianismo o la afectividad es un componente más de la diversidad del colectivo LGTB. Repito, con reserva de que algunas voces políticas, procedentes de algunos sectores del mundo asociativo, hayan querido presentarlo como un tema unánimemente suscrito, compartido y anhelado.

A lo cortés, debe unirse la sensatez y sobre todo una cierta ética política. La mía me dice que de producirse una sentencia del Tribunal Constitucional (posibilidad que no hay que ignorar) o de que el actual gobierno de la derecha opte por derogar la ley, modificar su denominación o incluso rebajar los derechos civiles que contempla, es obligación de todos nosotros emprender movilización. No son pocas las veces en las que, junto a otros investigadores, escritores o teóricos adscritos a mis propias posturas anti-asimilacionistas, ironizamos o hacemos sarcasmo del matrimonio gay. Pero en todas ellas coincidimos en que, pese a todo, bajaremos a la calle en el caso de que se produzca una regresión en relación a los derechos civiles conquistados. Es lo que yo llamo, un deber de “solidaridad comunitaria” con todos los miembros del colectivo LGTB, más allá de nuestras diferencias y concepciones de la cuestión gay y lesbiana. En ese sentido, si algo me queda claro, es que lo que nos une a todos los gays, las lesbianas, los trans y los bi, no es nuestra sexualidad (que es diversa en sus expresiones), si no la lucha contra la homofobia, que es lo que nos es realmente común a todos. A la vista del clima de regresión que estamos viviendo en estos momentos, bueno sería que no olvidásemos lo que nos vincula de verdad desde nuestra pluralidad de posiciones.

Laurentino Vélez-Pelligrini

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